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lunes, 29 de junio de 2015

IRENE DUNNE, LA PRIMERA NOVIA DE AMÉRICA



Después de ella ha habido muchas otras. De hecho cada vez que una estrella incipiente emite un tímido destello, una legión de críticos y comentaristas se apresuran a colocarle la famosa etiqueta: la novia de América. Decir que hace pocos años se otorgó el título a Sandra Bullock, basta para hacerse una idea de la degradación que ha sufrido. No obstante, y a pesar de que no ha sido la única, a Irene Dunne le cupo el honor de ser la primera y claro está, los primeros amores no se olvidan así como así.

Irene Dunne era una chica de pueblo que llegó a Hollywood dispuesta a comerse el mundo. Y vaya si se lo comió. No dejó ni una migaja. Desde sus primeros éxitos en el incipiente cine sonoro, no cesó de encabezar repartos. Fue la actriz favorita de Leo McCarey, que la utilizó en una exitosa sucesión de comedias románticas. Alternó con los principales galanes de su tiempo, como Charles Boyer o el mismo Cary Grant, considerado el rey de la comedia. Fue inolvidable su interpretación en filmes como La pícara puritana o Tú y yo
Hoy os ofrecemos el enlace (haced clic en la carátula) para que os deleitéis con la versión doblada al español de Serenata nostálgica. Una producción Columbia, dirigida por George Stevens en 1941, que tomó su título de Penny Serenade, celebérrima canción compuesta en 1939 por Arthur William Halifax. Se trata de una amable comedia romántica con Cary Grant en el papel masculino. Tiene tantas dosis de sentimentalismo y de nostalgia como promete su cabecera. Acaso el filme no ha envejecido tan bien como otras comedias de su época, y hoy resulte al espectador un poco desfasada y bastante antigua. No obstante, sirve muy bien al propósito de admirar a un Cary Grant aun joven, pero ya en plena madurez interpretativa, y a esta primera novia de América, una Irene Dunne encantadora y pletórica.

Próxima entrega: Leo McCarey



jueves, 25 de junio de 2015

REGRESO A BERLIN Y A LOS VIEJOS RECUERDOS


Siempre se vuelve a Berlín. Tiene un imán más poderoso que Jomeini, y más efectivo, aunque menos popular, que el de la calderilla en la fontana romana. El verano de Berlín nunca defrauda. El profe se encontró con esos 25 o 26º C tan típicos de la capital alemana, y con la brisa vivificante que obsequia el Báltico, siempre caritativo con el viajero meridional. Bigotini encontró Berlín tal como la recordaba. Curiosamente suele aplicarse a Berlín el masculino: el Berlín oriental, el Berlín de antes de la guerra… Aquí preferimos el femenino, porque contra la general opinión, la capital berlinesa tiene cierto aire de amante despechada, de cantante de cabaret, de novia a la fuga, de princesa descarriada…


Berlín estaba tan cambiada, y a la vez tan fiel a sí misma como la recordábamos. Otra vez hemos recorrido los patios de Oranienburg, cerca de la Sinagoga, con sus fragantes flores y sus muchachas tristes. Otra vez nos hemos perdido y nos hemos confundido con la muchedumbre en la abigarrada y cosmopolita Alexanderplatz. Hemos vuelto a recorrer las tiendas y los patios laberínticos del viejo barrio judío, y otra vez nos hemos demorado esperando el tranvía junto a las reinas de la noche, o esperando el tren en una de esas estaciones de metro alicatadas hasta el techo del milagro comunista.


No hemos olvidado pasar bajo la puerta de Brandemburgo, imaginando los ecos hoy apagados, de desfiles, banderas y terrores. No hemos olvidado saltar el muro derribado en el Check point Charlie. No hemos olvidado volver al Pergamonmusseum, para ascender la ancha escalinata del templo de Pérgamo, traspasar las monumentales puertas de Istar, las del mercado de Mileto o las de la casa de Alepo. Es como caminar con paso decidido hacia un pasado remoto, evocando viejos recuerdos inexistentes y a la vez vivos, de la memoria común universal. También hemos admirado las delicadas colecciones de antigüedades egipcias, orientales y grecorromanas del Altesmusseum.


Berlín es también música. En cualquier café de Alexanderplatz o en cualquier terraza que ilumine un tímido rayo de sol, uno se reencuentra con las piezas del repertorio clásico y popular, ejecutadas con ese ritmo sincopado, casi pizzicato, que saben imprimir los intérpretes del Este. En el Viva Zapata o en los caóticos bares de la zona alternativa, hallamos el contrapunto punk y el grito antisistema. Los coloridos patios conducen mediante un dédalo laberíntico, a viejas casas bombardeadas y locales inhabitables, convertidos en improvisadas galerías de arte y en bares de los okupas neomilenarios. Allí se dan cita las cervezas de medio litro y el spray grafitero, la artesanía tradicional y el arte-basura de la posmodernidad. En los parques, las armonías de Richard Strauss, en las interminables avenidas, la grandilocuencia de Wagner. De noche tiene Berlín una música silenciosa. Ese aire un poco triste de sus barrios orientales, con grandes avenidas de nombres como Karl Marx o Rosa Luxembourg, que suenan a aclamación, bordeadas de espesas colmenas donde las ventanas uniformes e infinitas, evocan intensamente las casas sindicales del franquismo español. Cosas de las dictaduras, que todas tienen sus lugares y sus símbolos comunes.


Convive esa Berlín proletaria y anticuada de la espiga, el martillo y las consignas revolucionarias esculpidas en el pavimento, con la Berlín ultramoderna del Sony Center y la zona comercial de Ku-Dam. Lujosas boutiques que llaman al consumo lujurioso y desatado del occidente capitalista y manirroto. Conviven también en Berlín las modestas bicicletas una y mil veces reparadas, con sus timbres cosquilleando los oídos del paseante, con los automóviles lujosos, descapotables lascivos que huelen a cuero y a triunfo. Está también la vieja Berlín imperial con sus amplias avenidas dieciochescas, sus espléndidos palacios, sus jardines, sus museos y bibliotecas. Cuidadas colecciones atesoradas por aventureros ávidos de expolio y piratería. Tesoros comprados con el dinero de la rancia, decadente, imperialista, despótica y acaso un poco ridícula vieja Europa. La oronda ninfa a lomos del semental, y los tripudos emperadores de opereta mirando a los turistas desde sus altos pedestales. Encaramados en imposibles corceles de piedra, los Guillermos, los Federicos, los kaíseres decrépitos, guiñan sus ojos pétreos a las japonesitas, mientras ellas fotografían un primer plano de los genitales del caballo.

En la gastronomía berlinesa perviven los trazos fuertes de la cocina tradicional, los imprescindibles codillos, guisos y kartofelsoupes, con reinterpretaciones de lo clásico más al gusto de los tiempos. Hay que detenerse en la recreación del cochinillo crujiente que hacen en Refugium, cerca de Friedrihstrasse, en la zona de UnterDenLinden, que en los últimos años ha pasado de ser un decadente paseo del Este, a convertirse en la principal arteria de la modernidad berlinesa, donde van los chicos y chicas guapas a ver y dejarse ver. Es notable en ese sector un local llamado Va Piano, donde sirven imaginativas ensaladas y cócteles exóticos en un ambiente selecto. En la misma galería que este último, existe otro local especializado en la degustación de cigarros habanos de excepcional calidad, que se acompañan de licores fuertes. Tampoco defraudan al comensal los restaurantes del laberinto de patios de Oranienburg que recomiendan las guías. En el Hackescher Hof (Rosenthalerstrasse, 40) nos recreamos con un risotto cremosísimo, unos calamares rellenos y un steak tartar que no se olvidan fácilmente. Inolvidable también un local llamado Umspannwerk Ost (Palisandenstrasse, 48), restaurante que ocupa una antigua fábrica aneja al Teatro del Crimen, en la parte alta de Lansberger Alle, periferia de Alexanderplatz. Es un local de moda al que acuden los berlineses después de asistir al teatro especializado en obras policiacas y de misterio.


Pero no puede visitarse Berlín sin asomarse a sus fogones y sus cazuelas tradicionales. Un buen codillo cocido, contundente y jugoso, con su puré salpicado de picadillo, no se olvidará fácilmente, sobre todo si se acompaña de una gran cerveza bávara ligeramente amarga, o de una espumosa y densa cerveza negra del país. Si el viajero, cegado por la gula, comete el error de zamparse la col fermentada del acompañamiento, aseguramos que la tendrá presente durante el resto del viaje. El lugar más adecuado para estos y otros excesos parecidos es sin duda el Zur Gerichtslaube, en Poststrasse 28, muy cerca de la Rathaus de Alexanderplatz. Se trata de un clásico biergarten instalado en el antiguo edificio de los juzgados berlineses del siglo XIII. Tampoco conviene dejar de probar las especiadas salchichas callejeras, las célebres currywurts, acompañadas o no de sus salsas pringosas, sus patatas y su inseparable jarra de cerveza. En este apartado de comida callejera hay que añadir las sopas. Especial relevancia tiene una modesta casa de comidas de nombre Suppenbörse, en Dorotheenstrasse 43, sector Friedrichstrasse-Universidad. Ofrece cada semana seis nuevas recetas de sopas de los cinco continentes.

El profe Bigotini llegó a Berlín en avión y lo abandonó en ferrocarril. Lo dejamos por ahora en el espacioso andén de la Haupbahnhof berlinesa, con sus grandes cristaleras, mientras el tibio sol del verano acaricia suavemente a nuestro sentimental viajero y a las gentes que esperan en un silencio más propio de una catedral que de una estación. Bigotini saca el pañuelo del bolsillo. ¿Acaso una furtiva lágrima? No amigos, es un leve catarro producto de la brisa del Báltico. Claro que con esa nariz enorme, el estruendo es fenomenal. El mágico silencio se ha roto, y aparece a lo lejos el tren…

La mejor manera de asegurarse de tomar un tren es perder el anterior. Enrique Jardiel Poncela.



lunes, 22 de junio de 2015

HANS CHRISTIAN ANDERSEN. EL FAVORITO DE LAS HADAS

ans Christian Andersen nació en la ciudad danesa de Odense en 1805. Era el hijo de un zapatero y una lavandera alcohólica, tan pobres, que en su infancia alguna vez tuvo que mendigar un techo y un trozo de pan. Su padre murió prematuramente, y el muchacho se vio obligado a abandonar la escuela. Sin embargo, su imaginación no tenía límites. El joven Andersen leía todo lo que caía en sus manos con gran avidez. Le interesaron especialmente todas las obras de William Shakespeare, que sirvieron más tarde de inspiración a muchas de sus historias. Se trasladó a Copenhague dispuesto a comerse el mundo. Intentó primero convertirse en cantante de ópera, pero carecía de voz, y fue violentamente rechazado. Más tarde lo intentó como bailarín, cosechando idéntico fracaso.

A pesar de su torpeza, Andersen era un muchacho simpático que conseguía hacerse agradable a cuantos le trataban. Encontró un mecenas en Jonas Collin, que entonces dirigía el Teatro Real de Copenhague. Gracias a su ayuda, y a la del mismo rey Federico VI, Hans Christian fue enviado durante varios años a las escuelas de Slagelse y Elsinor, donde permaneció hasta completar sus estudios en 1827. De vuelta en Copenhague, comenzó a publicar sus primeros cuentos y poemas. Intentó sin éxito cortejar a un par de muchachas y tras descubrir sus inclinaciones homosexuales, a varios hombres. Acaso para compensar sus estrepitosos fracasos amorosos, Andersen se  volcó en la escritura. A través de sus cuentos vivía las fantasías y las glorias que se le negaban en la vida real.


Andersen se convirtió en un viajero infatigable, no existiendo un solo rincón de la Europa de su tiempo que dejara de visitar. Publicaba en los periódicos las crónicas de sus viajes, y sus escritos alcanzaban cada vez mayor popularidad. Sus cuentos se reeditaban una y otra vez, adaptándose al teatro y al ballet. Sus poemas eran unánimemente aplaudidos, y hasta llegó a estrenar con éxito alguna obra teatral. Era aclamado allá donde recalaba, trabó amistad con Charles Dickens, y en todas partes se le reconoció como el gran narrador de fábulas y cuentos de hadas que fue. Sin embargo, como suele ocurrir a menudo, su talento no fue tan apreciado en su propia tierra. Muchos daneses le tuvieron en vida por un personaje un tanto ridículo, quizá por su comportamiento y sus maneras exageradamente homosexuales.

Biblioteca Bigotini os ofrece (haced clic en la ilustración) la versión digital de su cuento El soldadito de plomo, uno de los más célebres y emotivos de los que componen las colecciones de relatos de este danés universal. Como un trasunto de la propia vida de su autor, el heroico soldadito se enfrentará a toda clase de peligros y hará lo imposible por obtener el amor de la bella y delicada bailarina. Solo lo logrará póstumamente con la fusión literal en el ardiente fuego de los corazones de la pareja. Una lección de sacrificio y sensibilidad de la que a todos nos conviene tomar buena nota. Disfrutadla.
El viejo profe Bigotini conserva una antigua caja de soldaditos en la que, desde su infancia, falta uno. A veces los sitúa en formación, y los contempla absorto durante horas. Cuando cree que nadie mira, se le escapa una lágrima. Acaso sigue soñando con aquella inalcanzable prima ballerina que tanto admiró de niño. Era naturalmente, un sueño imposible. Ella era una princesa. Él, un pobre chico de la calle. Sin embargo, quién sabe… Más allá del arco iris existe un lugar en que las fantasías se hacen realidad.

Existen dos maneras de ser feliz en esta vida. Una es hacerse el tonto. La otra es serlo. Sigmund Freud.



jueves, 18 de junio de 2015

PLATIRRINOS Y CATARRINOS. LOS PRIMEROS ANTROPOIDES

La estirpe de los monos antropoides, suborden de los primates a la que pertenecemos, debió originarse en América del Norte o Eurasia hace unos 40 millones de años. A partir de algún ancestro común, se dividió en dos infraórdenes, la de los platirrinos o monos del Nuevo Mundo, y la de los catarrinos o monos del Viejo Mundo. Ambas líneas se separaron, al desaparecer temporalmente el istmo que unía América del Norte y América del Sur. En épocas más recientes, los platirrinos han permanecido en la América meridional, mientras que los catarrinos se desplazaron al continente africano, donde todavía podemos encontrarlos. De la línea africana procedemos los grandes simios y los hominoideos.



Branisella
El término platirrino significa nariz plana. Las fosas nasales están en los monos americanos más separadas y orientadas hacia adelante. Estos monos poseen también un par de premolares más que sus parientes africanos o que nosotros mismos. Algunas especies de platirrinos están dotadas además de un quinto miembro: una cola larga, prensil y bien dotada muscularmente, que es capaz de enroscarse en las ramas y soportar todo el peso del cuerpo. El primer platirrino del que se poseen pruebas fósiles es Branisella, que habitó en la región de la actual Bolivia hacia principios del Oligoceno. Era un arborícola de unos 40 cm. de longitud, con rasgos muy primitivos, que le sitúan cercano a los omómidos que dieron origen a ambas infraórdenes.

Tremacebus
Tremacebus, fue bastante posterior. Vivió en la zona de la actual Argentina a finales del Oligoceno. Debió alcanzar un metro de longitud, y tenía una morfología ya bastante aproximada a la de los modernos monos americanos. Algunos paleontólogos dieron a Tremacebus el sobrenombre de Homunculus, por su forma humanoide en miniatura. Sus hábitos eran nocturnos, y se alimentaba de frutas e insectos. Los hallazgos de fósiles de esta especie se concentran en la Patagonia, región cuya latitud ya entonces, hacía rara la presencia de árboles, por lo que este curioso y vagamente humanoide Tremacebus, debió llevar una existencia llena de dificultades.

Mesopithecus
En cuanto a los catarrinos o monos del Viejo Mundo, lo mismo que los simios y los humanos, se caracterizan por sus fosas nasales muy juntas y orientadas hacia abajo, un par de premolares menos que sus primos de América, y la presencia de un canal óseo en la región temporal del cráneo, dirigido hacia el tímpano. Constituyen la familia de los cercopitécidos o cercopitecos. En ellos la cola no es prensil, siendo a veces reducida e incluso vestigial o inexistente. En general, suelen tener cola las especies que llevan una vida arborícola, puesto que, aunque no sea prensil, facilita el equilibrio. Por el contrario, quienes han adoptado hábitos más terrestres, suelen carecer de cola.
Entre los catarrinos fósiles sobresale Mesopithecus, un mono de unos 40 cm. que vivió en Grecia y Asia Menor desde finales del Mioceno hasta finales del Plioceno. Era muy parecido a los macacos actuales, y hay quien le considera antepasado directo de los modernos langures. Su principal alimentación eran las frutas y las hojas tiernas, y sus costumbres debían ser diurnas y adaptadas a una gran variedad de hábitats. Llama la atención la finura de sus extremidades y la extraordinaria longitud de sus dedos.

Otra especie de catarrinos desaparecida es Theropithecus, un mono grande (de 1,2 m.) bastante similar a los actuales babuinos, que habitó el este y el sur de África desde mediados del Plioceno hasta época muy reciente. Su hocico se alargaba frontalmente y su alimentación debió ser extraordinariamente variada, prácticamente omnívora. Su medio natural era la sabana, donde caminaría a cuatro patas, si bien llegado el caso, sería capaz de trepar con gran agilidad. Su prominente cresta ósea craneal habla a favor de una mandíbula muy poderosa. Sus restos se han encontrado en Tanzania, en la célebre garganta de Olduvai, y no se descarta que conviviera con los homínidos primitivos que al parecer también frecuentaron esa región. En tal caso, estos grupos familiares de grandes babuinos sin duda serían un temible enemigo para Lucy y sus parientes.

Theropithecus

Quienes sigáis el blog de Bigotini, y especialmente esta serie de artículos sobre evolución, podéis ver que nos vamos acercando cada vez más al momento de la aparición de nuestra especie, o de aquellas que nos precedieron directamente. El profe ya comienza a estar nervioso. No se si darle un plátano o un puñado de cacahuetes. Ambas cosas parecen agradarle, aunque lo que más le gusta es que le despiojen los bigotes. Ya sabéis que estos gigantes de la ciencia suelen ser un poco excéntricos.

¡Brindemos por nuestras esposas y nuestras novias! (y esperemos que no se encuentren nunca). Groucho Marx.



martes, 16 de junio de 2015

CLAUDIO PTOLOMEO, EL PRIMER ENCICLOPEDISTA

Geógrafo, geómetra, matemático, químico, astrónomo o astrólogo (en su tiempo astronomía y astrología eran una misma cosa), Claudio Ptolomeo, conocido entre sus contemporáneos como Kaudios Ptolemaios , entre la romanidad como Claudius Ptolomaeus, y en el ámbito hispánico como Tolomeo a secas, fue uno de los hombres más sabios de la antigüedad, y sobre todo un infatigable recopilador de conocimientos, hasta el punto de poder ser considerado como el primer enciclopedista, diecisiete siglos antes de que Diderot y D’Alambert publicaran su Enciclopedia.

Nació en Ptolemaida (de ahí su gentilicio) hacia el año 100, en que concluía el primer siglo de nuestra era. La mayor parte de su vida pública transcurrió en Egipto durante el reinado de los emperadores Adriano y Antonino Pío. Su lugar de trabajo, como el de tantos otros sabios de su tiempo, fue la Biblioteca de Alejandría, famoso templo del conocimiento y egregio monumento a la razón que, como no podía ser de otro modo, acabó siendo pasto de las llamas a mayor gloria de la sinrazón y la barbarie.


Al parecer sólo abandonaba la Biblioteca para trasladarse al lugar de sus observaciones astronómicas, que según la tradición, era el templo de Serapis Cannopus, situado en el arrabal alejandrino. Su principal trabajo fue la Sintaxis matemática, ingente obra en trece volúmenes, que influyó notablemente tanto en la ciencia occidental como en la astronomía árabe, no siendo superadas sus observaciones hasta el Renacimiento. La magnitud de esta obra de Ptolomeo hizo que sus contemporáneos le otorgaran el epíteto de megalé (grande, extensa), al que más tarde una legión de seguidores sumaron el de megisté (la más grande, la máxima). En 827 el califa Al-Mamun la hizo traducir al árabe, y del nombre al-Magisti, procede el título de Almagesto que le damos en occidente, desde la primera traducción del árabe al latín realizada en la Escuela de Traductores de Toledo en 1175.


Claudio Ptolomeo establece un modelo del universo geocéntrico, por lo tanto erróneo. Hasta Copérnico, quince siglos después, prevaleció la visión ptolemáica que, pese a partir de una base equivocada, satisface a la perfección los ciclos estacionales y astronómicos, sitúa con admirable precisión planetas y constelaciones en el cielo visible, y se ajusta perfectamente a los fenómenos climatológicos y lunares. La naturaleza práctica de sus observaciones y datos, fue precisamente la causa de que el heliocentrismo tardara tanto tiempo en ser aceptado por buena parte de la comunidad científica. En su otra gran obra, Geographia, Tolomeo describió la totalidad del mundo conocido en su época. A pesar de los naturales errores en cuanto a distancias y proporciones, su geografía y los distintos mapamundis a que dio lugar, se emplearon durante el Medievo y aun en el periodo renacentista. Su tratado de música, llamado Harmónicos, incorporó las leyes matemáticas a los sistemas musicales.

Honremos la memoria de un sabio tan preclaro. El profe Bigotini, postrado respetuosamente a las plantas de Claudio Ptolomeo, se descubre ceremonioso quitándose el sombrero aun a riesgo de que se enfríe su brillante, lampiña y prominente frente, que algún malintencionado se ha atrevido a calificar de calva.

Errar es humano. Culpar a los demás es más humano todavía. Oscar Wilde.



jueves, 11 de junio de 2015

ALMODIS DE LA MARCA. ARMAS DE MUJER

El conde Raimundo o Ramón, hijo de Berenguer y nieto de Borrell, a quien también se conoce como Ramón Berenguer I, marchó en 1054 a guerrear a Tierra Santa. Nada original. Era lo que solían hacer los príncipes de la cristiandad en aquellos tiempos de las cruzadas. El caso es que Ramón pasó por Narbona, y se alojó en la mansión de Guillermo III de Arles. Casualmente el hombre de la casa estaba ausente, así que el barcelonés halló ocasión propicia para enamorarse y enamorar a su esposa, una belleza occitana que respondía al bello y evocador nombre de Almodis.

Almodis era hija del conde Bernat y de Amelia de la Marca del Lemosí (Limoges), y no era precisamente una muchacha inexperta. Había estado casada tres veces. La primera con Hugo de Lezignem, apodado el Piadoso, con el que tuvo su primer hijo. El Piadoso la repudió, así que contrajo nuevas nupcias con Pocç de Tolosa, del que tuvo otros dos hijos. También fue repudiada por el tolosano, lo que la llevó a casarse con el conde Guillermo de Arles, en cuya casa la encontró el bueno de Ramón camino de sus batallas. Cuando se aburrió en Jerusalén de dar mandobles, espadazos y lanzadas, Ramón emprendió el camino de regreso y, según nos cuenta el historiador árabe Al-Bakri, volvió a casa de su antiguo hospedero, preocupado por encontrar a su esposa. Entonces se declararon su amor recíproco, y Raimundo proyectó con la narbonense que ella inventaría una estratagema que le permitiera huir de la ciudad e ir a reunírsele, para casarse con él.


Ni el encierro al que el burlado Guillermo la sometió en Narbona, ni el hecho de que Ramón Berenguer estaba casado en Barcelona con doña Blanca (su segunda esposa, pues antes había enviudado de Isabel de Gascuña), representaron obstáculos insalvables. Almodís movilizó secretamente a varios de sus familiares, que finalmente lograron liberarla de su encierro. En cuanto a Blanca, fue inmediatamente repudiada por Ramón, una costumbre que por lo que podemos ver, estaba muy extendida. El caso es que venciendo infinitas dificultades, y tras atravesar varios condados en el mayor de los secretos, la fugada Almodis logró encontrarse con su amante en Barcelona, donde contrajeron nupcias en medio del regocijo de unos pocos fieles, y la reticencia de los nobles y hasta de la misma abuela de Ramón, la poderosa e influyente condesa Ermesinda o Ermessenda, que siempre se opuso a la unión.


La deliciosa historia del enamoramiento, así como la legendaria belleza de la dama, han dado pie a buena copia de fábulas y novelerías, sobre todo durante el Romanticismo, época en la que hubo especial predilección por estos relatos de amoríos medievales. Las representaciones contemporáneas que nos han llegado de la condesa, aun siendo poco realistas, como propias del Románico, dan una vaga idea de su hermosura. Una de las gigantas que desfilan por las calles de Cervera durante sus fiestas, representa a Almodis en la plenitud de su encanto y su belleza. Pero la importancia de Almodis de la Marca va mucho más allá de lo meramente anecdótico. Ella fue pieza clave y constante apoyo de Ramón para la consolidación de su poder político.

En efecto, la pareja afianzó su dominio sobre los condados de Barcelona, Gerona y Osona. Mantuvieron a raya a los reinos de taifas fronterizos, obteniendo en ocasiones de ellos jugosos beneficios en forma de tributos. Pusieron en su sitio a la belicosa nobleza feudal, que hasta entonces no había cesado de maquinar intrigas. Iniciaron su expansión hacia las tierras occitanas, Languedoc, Carcasona y el Rosellón, contribuyendo a ello que en esos territorios gobernaban varios hijos de Almodis, lo cual no sorprende, dada su brillante carrera amatoria. Consiguieron finalmente doblegar la voluntad de la condesa Ermessenda, despojándola de sus posesiones y obligándola a interceder ante Roma para que fueran alzadas las excomuniones que a instancias suyas, había decretado el Papa. A la vez que consolidaron la institución condal, establecieron alianzas y pactos con el fronterizo reino de Aragón, su más poderoso vecino, que entonces iniciaba su imparable expansión meridional. Casi un siglo más tarde, esa alianza sería decisiva para hacer posible el matrimonio de Ramón Berenguer IV con Petronila, la hija de Ramiro II de Aragón, unión que habría de conducir a sus reinos y territorios hasta los confines del Mediterráneo bajo una sola corona.


La bella Almodis, una de las mujeres más influyentes de su tiempo, murió trágicamente en 1071 a manos de su hijastro, Pedro Ramón, que la asesinó tras una violenta discusión. Pedro era el hijo de Isabel, primera esposa de Ramón. Su execrable acción dio al traste con sus derechos sucesorios, que pasaron a los hijos de Almodis, los gemelos Ramón Berenguer y Berenguer Ramón. El parricida fue desheredado y condenado al destierro. Su pista se perdió en tierras de moros.
De esta forma, aquella hermosa y decidida mujer se convirtió en la madre de los condes de Barcelona, prolífica Eva mitocondrial, a quien relevaría en este protagonismo genético Petronila de Aragón en 1150.

Muchos hombres de éxito deben su éxito a su primera esposa. La segunda esposa se la deben a su éxito.



lunes, 8 de junio de 2015

EL DOCTOR FREDRIC Y MR. MARCH



Fredric March fue uno de los actores de mayor y más prolífico talento de la edad dorada de Hollywood. Ya desde sus comienzos en el cine mudo, se ganó el respeto y la admiración, tanto de la industria cinematográfica, como del público, que unánimemente aclamó sus interpretaciones.
March se movió con idéntica desenvoltura en la comedia y en el drama. Del primer género realizó notables trabajos para Lubitsch, y es recordado por su simpático y atribulado personaje en Me casé con una bruja. En cuanto a los papeles dramáticos, sin duda el que tuvo un mayor impacto en crítica y público fue el de su genial transformación de El doctor Jekyll y Mr. Hyde (1931). Desde este foro nostálgico os proponemos visionar un breve montaje fotográfico y sonoro sobre esta magnífica película, y la excepcional interpretación de su protagonista: Fredric March, un actor que merece figurar con letras de oro en la Historia del cine. Haced clic en la imagen y recrearos unos minutos con su recuerdo.


Próxima entrega: Irene Dunne



miércoles, 3 de junio de 2015

EL HOMBRE ANTROPOCÉNICO Y LAS AMENAZAS DEL TIEMPO NUEVO

Atendiendo a los diferentes estratos de la corteza terrestre y a su datación, tanto a través de hallazgos fósiles, como mediante mediciones con isótopos, los geólogos han establecido una serie de eras o periodos en que se divide la historia natural de nuestro planeta.
Según la nomenclatura más ortodoxa, nos hallamos en el periodo Holoceno, que se inició hace unos diez mil años y llega hasta la actualidad. Los geólogos han acuñado recientemente el término Antropoceno, un afortunado neologismo que pretende destacar el protagonismo de las sociedades humanas y su repercusión en la ecología terrestre.


Si algo caracteriza a este periodo antropocénico, es el desmesurado crecimiento de la población humana, así como, sobre todo en los últimos siglos, una incesante y progresiva aceleración de lo que en términos comunes suele calificarse como progreso, y que también podría definirse como la creciente capacidad humana para modificar el medio en el que habita.
Todas y cada una de las especies de seres vivos que pueblan nuestro planeta, descendientes de un primitivo antepasado común, han experimentado para llegar hasta su forma actual, una serie de adaptaciones evolutivas. Como ya hemos repetido muchas veces aquí, esas adaptaciones no son mejores ni peores. Simplemente han resultado ser las más adecuadas al nicho ecológico que ocupa cada especie, y a las estrategias que ha adoptado para sobrevivir y reproducirse, perpetuando así su acervo genético. Así pues todas las criaturas vivas que habitamos la Tierra hemos tenido el mismo éxito biológico, ya que todos hemos sido capaces de preservar nuestro genoma, haciéndolo llegar desde el comienzo de la vida hasta la actualidad. Puesto que los individuos peor equipados evolutivamente, mueren sin llegar a transmitir sus genes a la siguiente generación, cada uno de los seres vivos actuales, desde una levadura hasta un manzano o un señor de Pontevedra, somos el último eslabón (por ahora) de una larguísima cadena de triunfadores. Todos y cada uno de nuestros antepasados sin faltar ni uno solo, han tenido éxito reproductivo. En caso contrario, yo no estaría aquí escribiendo esto, ni tú leyéndolo.

Ilustración de Arturo Asensio

Si nos centramos en las adaptaciones que nos caracterizan como especie, entre las más recientes está nuestro elevado índice de encefalización. El cerebro grande es un rasgo que compartimos parcialmente con otros mamíferos, particularmente con otros grandes simios antropoides, como los chimpancés o los gorilas, pero que en nuestro caso está mucho más acentuado, lo que junto a un mayor desarrollo y complejidad de la corteza cerebral, nos confiere un grado de inteligencia muy superior al de cualquier otra especie. A la capacidad cognitiva se une la neotenia o capacidad para prolongar el periodo infantil, etapa en que se adquieren experiencias y existe una mayor facilidad para el aprendizaje. Tampoco es este un rasgo exclusivo de los seres humanos, pero es verdad que a diferencia de otras especies cercanas, en nosotros la capacidad de aprendizaje perdura en la edad adulta, y en muchos casos se mantiene durante toda la vida. Existe aun una tercera y reciente adaptación. En este caso lo es tanto, que es exclusivamente nuestra, y no la compartimos con ninguna otra especie. Se trata de la capacidad de transmitir información a través del lenguaje. Parafraseando el texto evangélico, el verbo se hizo carne. La palabra constituye quizá la adaptación más decisiva de la especie humana.

Una vez establecido el mecanismo de transmisión de información, los grupos humanos fueron perfeccionando sus conocimientos y sus habilidades. Al principio a un ritmo muy lento. Durante decenas de miles de años los grupos humanos fueron muy reducidos. Los yacimientos paleolíticos muestran progresos en la industria de la piedra o en los trabajos de huesos, pero esos progresos fueron muy lentos. Esta característica puede apreciarse aun en las cada vez más escasas y amenazadas sociedades primitivas que sobreviven en la cuenca amazónica o en Nueva Guinea. Los pequeños grupos familiares o tribales paleolíticos se desenvolvían en un medio y mantenían un estilo de vida que hacía imposible su crecimiento.

Para que el progreso se acelere, es necesaria una masa crítica mínima de población. Eso no se consiguió hasta la revolución neolítica. Con la explotación de los recursos agrícolas y la división del trabajo, la población humana creció exponencialmente, y a la vez creció exponencialmente la transmisión de conocimientos. Durante el periodo histórico, a raíz de la invención de la escritura, este crecimiento, tanto poblacional como de la información, fue ya imparable, llegando hasta nuestros días. El progreso, o lo que llamamos progreso, parece no tener límites. La pregunta es: ¿representa un riesgo?
En nuestra opinión el riesgo no radica en el progreso como tal, algo que por definición contribuye siempre a la mejora de la calidad de la vida de los individuos y al perfeccionamiento de la sociedad. El riesgo está precisamente en la enorme velocidad con la que se producen los acontecimientos, y sobre todo, en la manifiesta incapacidad de los seres humanos para reconocer las nuevas amenazas y establecer a tiempo los mecanismos de defensa.


Hombres y mujeres estamos preparados para enfrentar las amenazas del Holoceno. Pero este crecimiento desmesurado poblacional, cultural y tecnológico nos ha situado en pleno Antropoceno. Nuestro equipamiento instintivo holocénico nos impulsa a retirar rápidamente la mano si vemos una araña cerca, a bordear prudentemente el sendero donde repta la serpiente, o a trepar a un árbol al escuchar el rugido del tigre. Son improntas de conservación que sirvieron de maravilla a nuestros antepasados paleolíticos. Sin embargo el conductor que escucha en la radio la noticia de que las emisiones de CO2 se han triplicado en el último año, no levanta ni un milímetro el pie del acelerador. Otro tanto ocurre con el incremento de los gases de efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, el calentamiento de los polos, la contaminación marina, la desecación de los acuíferos… No se trata necesariamente de irresponsabilidad. Los individuos uno por uno y correctamente informados, entienden estos y otros problemas parecidos, y son capaces (todos lo somos) de intelectualizarlos como importantes. Se trata sencillamente de que todas estas alarmas encendidas que nos conducen a un lento (o quizá no tanto) suicidio colectivo, no son capaces de poner en marcha nuestros mecanismos instintivos de autoconservación, que datan del ya lejano Holoceno.

El Roto

En términos evolutivos, somos monos que al saltar del árbol, nos hemos encontrado repentinamente en el futuro. ¿Cómo vamos a preocuparnos por el calentamiento global, si aun estamos admirando con incredulidad nuestros jeans y nuestro reloj de pulsera?

Es imprescindible dar algún sentido a la vida, precisamente porque no lo tiene. Henry Miller.



lunes, 1 de junio de 2015

EL REY SABIO Y SU CORTE TOLEDANA

Alfonso X de Castilla, a quien conocemos por su sobrenombre de el sabio, fue hijo de Fernando III el santo, y reinó desde su coronación en 1252 hasta su muerte en 1284. Hoy en Biblioteca Bigotini queremos pasar por alto los aspectos históricos y políticos del personaje, para centrarnos en su vertiente cultural, y sobre todo, literaria. La Escuela de Traductores de Toledo, que patrocinó y dirigió, llevó a cabo una ingente labor cultural sin parangón en su tiempo. Alfonso heredó la pasión por el saber de su madre, Beatriz de Suabia, considerada por sus contemporáneos toda una erudita, y su abuelo, Federico II Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y fundador de la Universidad de Nápoles. Coincidiendo en el tiempo con la Escuela toledana se produjo la emergencia de las lenguas romances peninsulares. El rey sabio contribuyó como monarca y como autor a la puesta de largo literaria tanto del castellano como del galaico-portugués.

Sus cantigas de escarnio y los himnos en loor de la Virgen María, son obras de juventud. Y del tiempo de la Escuela de traductores, se consideran obras alfonsíes al menos las siguientes: las Siete Partidas, el Fuero Real de Castilla, el Espéculo, las Tablas alfonsíes (un completo tratado de la astronomía conocida en su época), la Grande e General Estoria, la Estoria de España… En lírica destacan las Cantigas de Santa María, escritas en galaico-portugués. En materia de tratados cabe mencionar el Libro de los Juegos, Ajedrez, Dados y Tablas, así como un Lapidario donde se recoge la descripción y las propiedades de los minerales. Si el propio Alfonso no escribió todas estas obras personalmente, los expertos admiten que al menos las dirigió y en muchos casos participó activamente en su redacción.
Biblioteca Bigotini tiene el placer de recomendar a sus lectores una excelente versión digital precisamente del Lapidario del rey Alfonso. Ha sido corregido y reconstruido por el profesor Rodriguez Montalvo, siguiendo el manuscrito escurialense. La cuidada edición corre a cargo de la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Haced clic en la imagen y sumergíos en la incipiente ciencia divulgadora del siglo XIII. Merece la pena echarle un vistazo.


En aquellos tiempos el metal más codiciado era el oro. Ahora el metal más codiciado es el petróleo… que ni siquiera es un metal. George Bush.