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miércoles, 30 de septiembre de 2015

AGUA DULCE, AGUA SALADA, VIDA Y SUPERVIVENCIA

Como es sabido, la vida apareció y comenzó a evolucionar hace miles de millones de años en los océanos primitivos. Desde entonces, los seres vivos hemos conservado un medio interno muy parecido a la composición iónica de esos océanos. Basta con saborear las lágrimas o la sangre de una pequeña herida, para apreciar que los líquidos de nuestro organismo son ligeramente salados. También lo son en mayor o menor medida, nuestros líquidos intra y extracelulares. Está claro que las condiciones iónicas en las que comenzó la vida, resultaron idóneas para su continuidad y su diversificación. Aldo Palmesano, de la Universidad de Washington, nos recuerda que los estudios en laboratorio avalan la idea de que los diversos fenómenos químicos de los que depende la vida, incluidas las interacciones de ácidos nucleicos entre sí y con proteínas, el funcionamiento de las enzimas, los mecanismos de máquinas intracelulares como los ribosomas y el mantenimiento de compartimentos celulares, están íntimamente relacionados con el medio iónico en que se producen las reacciones.


Al colonizar sucesivamente diferentes hábitats, las criaturas vivas se vieron obligadas a transportar consigo el agua salada. Por ejemplo, los peces de agua dulce poseen un mecanismo fisiológico que les permite concentrar sal en el organismo cuando en su entorno la hay en cantidades insuficientes. Por el contrario, los peces de agua salada, sobre todo aquellos que habitan en mares interiores con salinidad muy elevada, son capaces de excretar el exceso de sal. Los peces que alternan ambos medios (como los salmones) han mantenido las dos capacidades.

Los peces marinos poseen en las agallas una enzima, la sodio-potasio-ATPasa branquial, que les permite eliminar del agua el exceso de sal que se acumula cuando beben agua marina, bombeándola fuera de las agallas. Alternativamente, los peces de agua dulce deben concentrar sales para compensar la baja salinidad de su entorno. Para ello producen una orina muy diluida y copiosa que puede ascender a un tercio de su peso corporal al día, para deshacerse del exceso de agua, mientras desarrollan una asimilación activa de iones.

En el fondo todos hacemos algo parecido. Consumimos agua para diluir el exceso de sal, o bien alimentos salados para restaurar nuestro equilibrio iónico. Se sabe que algunos mamíferos marinos consumen ocasionalmente agua dulce. Las focas comen nieve o hielo siempre que tienen ocasión. Muchas personas que viven en zonas costeras donde abundan delfines o manatíes dejan abierta una manguera orientada al mar, para que estos mamíferos se acerquen a beber. También son capaces de obtener agua de su alimento, consumiendo peces cuyo medio interno es mucho menos salado que el agua de su entorno. Los mamíferos poseemos un eficacísimo filtro renal. Primero la sangre pasa por un sistema de microfiltración llamado glomérulo. Luego el plasma filtrado pasa por un tubo largo, el asa de Henle, en el que se reabsorbe el agua. Este proceso concentra el fluido sobrante, que se expulsa en forma de orina. En el caso de los mamíferos marinos, el asa de Henle es extraordinariamente larga, lo que les permite producir una orina más concentrada mediante la recuperación de más cantidad de agua.


Los mamíferos terrestres manifiestan una marcada avidez por la sal. Un cristal de sal resulta una verdadera golosina para las vacas. Los bosquimanos recorren decenas de kilómetros siguiendo a ciertas aves que localizan rocas saladas y las consumen regularmente. A lo largo de la Prehistoria y la Historia, en muchos territorios la sal ha sido un bien muy preciado, hasta el punto de utilizarse como moneda de cambio en algunas culturas. Sin movernos de nuestro país, hasta el siglo XIX instituciones como la Corona y posteriormente el Estado, detentaban el monopolio de la sal, que se vendía en los estancos. En español el adjetivo salado/a se emplea con la acepción de gracioso o divertido, y se utilizaba también para piropear a las jóvenes hermosas. Expresiones como la sal de la tierra, contenida en las escrituras, se usan como sinónimo de sustancial o necesario. Por el contrario, si una persona carece de gracia se la tilda de sosa, o se llama pan sin sal a alguien no demasiado inteligente. El profe Bigotini os deja por hoy. Creo que va a zamparse unas galletitas saladas.

-Manolo, últimamente sólo piensas en comer.
-¿Por qué lo dices “cocretamente”?



domingo, 27 de septiembre de 2015

THOMAS HARRIOT, UN SABIO VIAJERO

Nacido en Oxford en 1560, Thomas Harriot fue astrónomo, matemático, etnógrafo y uno de los científicos más importantes de su generación. Estudió en el colegio St. Mary Hall de su ciudad natal, siendo un brillante estudiante, y en 1580, cuando sólo contaba veinte años, llamó la atención de sir Walter Raleigh, influyente personaje al que podríamos calificar como una especie de estrella del rock del siglo dieciséis. Raleigh le tomó como tutor y se apoyó en sus conocimientos tanto en la navegación, como en el diseño de nuevos navíos. Harriot fue un pionero de la observación astronómica a través de telescopios, y como curiosidad, se adelantó unos meses a Galileo en la publicación de mapas de nuestro satélite donde figuraban “mares”, cráteres y otros accidentes lunares.

Sir Walter Raleigh
En matemáticas, se le atribuye la introducción de los signos “<” y “>” para las expresiones menor que y mayor que. Tras sus viajes a América acompañando a su mentor, hay quienes adjudican a Thomas Harriot la introducción del cultivo de la patata en Irlanda y Gran Bretaña.
Viajó al Nuevo Mundo en 1585 con la expedición de Raleigh, y en 1588 publicó un tratado sobre la lengua y las costumbres de los indios algonquinos de las costas de Carolina. Esta obra basta para considerar a Harriot un pionero de los estudios etnográficos. Sus observaciones, rigurosas y por completo libres de los prejuicios culturales y raciales de otros viajeros de su tiempo, le convierten en uno de los más importantes defensores de los indígenas, hasta el punto de ser considerado por muchos como el Bartolomé de las Casas inglés.

Harriot se carteó con Johannes Kepler sobre temas de óptica, y a requerimiento de Raleigh, estudió la fórmula más práctica para apilar balas de cañón en la cubierta de los buques de guerra. De este encargo surgió su teoría sobre el empaque cerrado de esferas, y la semejanza de sus observaciones con la entonces incipiente teoría atómica, tachada de herética por las autoridades de la Iglesia Anglicana, le costó algunos disgustos de los que pudo escabullirse gracias a la influencia de su egregio protector.
En 1607, a raíz de la aparición del Cometa Halley, volvió a centrar su interés en las observaciones astronómicas. Además de sus descripciones de la cara visible de la Luna, fue uno de los primeros que llamaron la atención sobre la existencia de manchas solares y su evolución.


En la última década del siglo XVI nuestro hombre junto a otros científicos como Hues, Dee, Warner y Lower, fue reclutado por el conde Henry Percy que, en su mansión de Syon House, se propuso crear un templo de la ciencia. Desgraciadamente el proyecto se truncó por la implicación del conde en la célebre Conspiración de la pólvora. Harriot fue detenido junto al resto de sus colegas, aunque finalmente pudo probar su inocencia y recobrar la libertad. Falleció en 1621 víctima de un morbo que él atribuyó a su estancia en prisión. No obstante, por la descripción que el mismo Harriot hizo de su enfermedad en varias cartas dirigidas a un médico amigo suyo, cabe interpretar que se trató de un cáncer de piel al que no puede atribuirse un origen contagioso.

Harriot fue el fundador de la Escuela Inglesa de álgebra. Fue también el primer inglés que estudió y tradujo un idioma indígena americano como el algonquino. Fue sobre todo, un gran científico y un hombre adelantado a su tiempo. Desde el blog de Bigotini, queremos expresar nuestro modesto tributo de admiración.

Hoy se cumplen exactamente once años desde que me acusaron de ser un rencoroso.


miércoles, 23 de septiembre de 2015

APARICIONES MILAGROSAS Y OTROS PRODIGIOS MODERNOS

Ya no hay formalidad. Antes los milagros y las apariciones divinas sucedían como Dios manda. La Virgen se aparecía a unas inocentes pastorcillas en la copa de una encina, con música de coros celestiales y una luz cegadora de mil pares de narices. Después se seguían los cauces reglamentarios: primero el párroco del pueblo y luego el señor obispo, daban fe de la pureza y la modestia de las niñas; más tarde el fervor popular, saltándose a la torera las cautelas canónicas, improvisaba en aquel bendito lugar un altar o una capilla; finalmente, andando los años, el Papa de turno acababa consagrando una basílica, y el lugar se llenaba de autobuses, de botellitas de agua bendita y de puestos de banderines y medallitas.



Pero claro, todo eso era antes. Ahora ya no quedan pastorcillas, y apenas puede encontrarse alguna encina. Ahora, como ya no hay vergüenza ni decencia en esta sociedad en descomposición, las vírgenes, los cristos y los santos se aparecen en los lugares y los objetos más inverosímiles. La cosa empezó con las caras de Bélmez, y hoy día se ha convertido en un fenómeno imparable.


¿A dónde nos conducirá este laicismo galopante? ¿Asistimos a señales de la proximidad del fin del mundo, que se suman a las catástrofes naturales y la secesión catalana? Salen nazarenos en las manchas de un plátano, y el Cabildo se queda de brazos cruzados, como si no hubiera pasado nada. La Purísima Concepción se hace presente bajo la corteza de un arbolito, o marca su silueta en la tripa de una tortuga. ¿Por qué esta nueva moda milagrera elige lugares tan vulgares y hasta tan grotescos? Es un misterio. Quién sabe si será una señal del cielo que anuncie el Apocalipsis. En un casino de cualquier pueblo español vemos emerger a esa misma Virgen María en una sencilla copa de pacharán, entre el humo de los farias y el bullicio castizo de las partidas de tute.


Como la iconografía sacra representa a Cristo con barbas, pelo largo y aspecto de hippie, cualquier mancha emborronada vagamente humanoide sirve para proclamar el milagro a los cuatro vientos. Aparte del Cristo del plátano, los hay en las tostadas de pan, en las manchas de humedad y hasta en el aceite quemado de la sartén que con una mezcla de orgullo y arrobo, muestra ese jovencito de la foto, un claro exponente del fracaso escolar, que se vistió para la ocasión con un traje de su abuelo. Ya que no pone el menor interés en estudiar, podía al menos esmerarse con el lavado de la vajilla, caramba. Pero en fin, cualquier excusa es válida para no dar golpe y para salir en la tele.


También a ese anciano y barrigudo coleccionista de coches fúnebres, le apareció un rostro del Salvador en el vaho del cristal de uno de ellos. En la foto lo mira igual que si le hubiera crecido en el huerto un tomate de kilo y medio. Pero la mejor de la serie de cristos es esa otra señora tan ordinaria y tan marimacho, que no oculta su felicidad ante el microscópico rostro de Cristo que formó el óxido en el extremo de la tubería del calentador. Más le valdría darle una manita de pintura antioxidante o cambiar la instalación, porque cualquier día se quedará sin agua caliente. Aunque mirándola se comprende que debe darle igual para lo poco que se lava el pelo.

Y en materia de rebanadas de pan tostado, lo mas cool es el Ecce Homo de Borja estampado en el pan bimbo. Lo que pierde el desayuno equilibrado, lo gana el fervor popular y la exaltación de la mística pueblerina. Diga usted que si.


Ahora, que lo que constituye ya el no va más de las apariciones cristianas cutre-grotescas es el rostro del galileo ni más ni menos que en el culo de un perro. Como la cosa no puede ser más chabacana ni más impresentable, os presento la foto con reseña periodística y todo.



Pero hay más. Aparte de figuras divinas están las de mitos divinizados, como el Che Guevara que nos muestra el señor barbudo impreso en una loncha de panceta. O como la inconfundible imagen del malogrado Michael Jackson, que no contento con aparecer en otra tostada, se muestra también en el capó de una pieza de desguace. Mística epifanía anunciadora sin duda de quién sabe qué tremendos cataclismos. O sea, un horror. El día menos pensado se nos aparecerá el Mahatma Gandhi en el pocillo del inodoro, o la Santísima Trinidad en el estarcido accidental de unos calzoncillos blancos. ¿Qué hacer en ese caso? ¿Será correcto y piadoso echarlos a la lavadora con el resto de la colada, o habría que hacerlos enmarcar para donarlos a la parroquia? Son dudas que no dejan de asaltar al creyente de nuestros días. Como colofón y para colmo de males, Mariano Rajoy se nos aparece hasta en la sopa.


Que Dios sufriera de Alzheimer, explicaría muchas cosas.



domingo, 20 de septiembre de 2015

MAE WEST. NO SOY UN ÁNGEL


En Brooklyn siempre se va directo al grano. La explosiva Mae West, nacida y criada en aquel popular barrio, no se andaba precisamente por las ramas. Su sensualidad explícita y descarnada supo plasmar en la pantalla la vida de las calles. Quizá por eso esta ninfa oronda y atípica encandiló a millones de americanos. Probablemente el fenómeno West quedó limitado a las fronteras de los USA. En Europa no hizo tanta gracia, acaso también porque ninguna de sus películas tenía la suficiente calidad para hacerse popular, o acaso porque aquí no terminó de comprenderse bien el humor de Brooklyn (el de los hermanos Marx, aun teniendo el mismo origen, era más inteligente). En todo caso, Mae West y sus maneras vulgares marcaron una época en la pequeña o gran historia de la industria cinematográfica.
Os proponemos pasar unos minutos entretenidos con un montaje de los momentos estelares y los desplantes más descarados de este huracán de mujer. Haced clic en la imagen, y que os aproveche.

Próxima entrega: Joan Blondell



miércoles, 16 de septiembre de 2015

PRAGA BAJO LA LLUVIA

Praga muestra toda su belleza en esos días lluviosos del final del verano en que comienza a refrescar. El viajero meridional no se detiene en matices y los llama directamente otoñales. Imaginad el viejo y monumental puente de Carlos sin un solo turista, solitario y silencioso, mientras la lluvia cae inmisericorde sobre el pavimento, y entre los resbaladizos adoquines asoma ese musgo verde, brillante y fragante. El viejo profe Bigotini conoció la Praga de antes de la caída del muro. La Praga del milagro socialista (falso como todos los milagros) hacía ya en los ochenta, guiños al turismo europeo. Era, eso si, un turismo regulado y pastoreado por becarios de comisario político disfrazados de guías turísticos. Si no andabas listo, te intentaban llevar a las afueras con la excusa de ver un estadio de fútbol carente del menor interés, con tal de evitar que fueras testigo accidental de una algarada en la plaza Wenceslao, conmemorativa de las revueltas de aquella inolvidable primavera de agosto.


Lo conseguían con los turistas germano-occidentales, holandeses o nórdicos, que son muy obedientes, pero los italianos y los españoles no tragaban. Paraban el autobús, y salían por parejas en todas direcciones. El frustrado censor sólo podía atrapar a una anciana con muletas y pierna escayolada. ¡Qué tiempos! Era una ciudad viva, a pesar de los comisarios políticos. A pesar de las colas interminables ante las puertas de los comercios que servían un solo artículo. Tiendas de violines (un único modelo). Tiendas de sucedáneo de caviar con miles de latas idénticas de precio unitario. Grandes almacenes donde podías comprar un único modelo de maleta. Estanterías repletas hasta el techo de maletas grandes, grises, sólidas, idénticas… Maletas en un pequeño país en que sus habitantes tenían prohibido viajar al extranjero. Bellezas checas. Muchachas rubias de largas piernas y curvas de vértigo, encerradas a la fuerza en aquellos guardapolvos grises de los comercios estatales. Jóvenes carnes hechas para caricias de seda, aprisionadas en bastas arpilleras.


¡Qué tiempos! Cenas frugales y cervezas monumentales en U Fleku, la vieja taberna del buen soldado Svejk, el checo más universal. El viajero occidental tenía que aguzar el ingenio: pato asado y patatas para hartarse, pero… si querías añadir unos huevos al festín, debías acudir al mercado negro. No había que caminar mucho, por otra parte. El mercado negro estaba entonces en cualquier rincón de Praga. Los huevos no figuraban en la carta del restaurante, pero casualmente el camarero tenía un primo que podía conseguirlos. Caviar ruso del bueno. Discos búlgaros de música clásica. Café angoleño. Ron cubano. Y para los menos escrupulosos, sexo a cambio de lencería occidental o de pantalones tejanos… Los ascensoristas con uniformes rojos repletos de botones dorados, te daban por tus dólares el doble del cambio oficial. La planta decimotercera del gigantesco Hotel Internacional (regalo del pueblo ruso al pueblo checo) acogía un cabaret burlesque al estilo del Berlín de entreguerras. Un número de perritos amaestrados precedía a un striptease pornogrotesco.


Eso de noche. A la mañana siguiente te volvías a dar de bruces con Praga. Con los puestos de salchichas, con los músicos callejeros y con las eternas obras del tranvía. Con la esbelta torre del reloj astronómico, con la fantástica Linterna Mágica, con el monumental puente de Carlos, con el Castillo, con la manzana de Oro, con la Torre Quemada, con el gueto y su viejo cementerio en el que las tumbas se amontonan unas sobre otras en un terremoto imposible y necrófilo. Te encontrabas también la Praga literaria, la Praga de Kafka, la de Rilke, la de Kundera, la de Havel… Aquellos tiempos pasaron, pero treinta años después Praga sigue siendo Praga, y cuando hayan pasado trescientos más, lo seguirá siendo. No te pierdas la Praga moderna. Te parecerá más alegre y más luminosa, pero no te dejes engañar: el musgo creciendo entre los adoquines y la bruma cerniéndose sobre el Moldava, dan testimonio de la Praga lluviosa y eterna. De los locos días y las turbias noches juveniles que vivimos en ella.


La democracia tiene por lo menos un mérito, y es que un miembro del Parlamento no puede ser mucho más incompetente que aquellos que lo han elegido. Bertrand Russell.



domingo, 13 de septiembre de 2015

LUCIO APULEYO Y LA INUTILIDAD DEL SUFRIMIENTO

Una vez le preguntaron a Borges para qué sirve la poesía. El gran Jorge Luis contestó con otra pregunta: ¿para qué sirve el sabor del café? Felicidad. La poesía, el café, la música y un sinfín de otras cosas de la vida, pequeñas, medianas o grandes, proporcionan su dosis pequeña, mediana o grande de felicidad. Lo que nos lleva a proclamar la absoluta inutilidad del sufrimiento. Con treinta siglos de civilización a nuestras espaldas, no parece que tenga demasiado mérito alcanzar esta conclusión. Apuleyo, un africano romanizado nacido en Madaura (en la actual Argelia) en el año 180, la obtuvo por sus propios medios en aquel tiempo remoto.



El nombre de Lucio Apuleyo, por el que se le suele designar, probablemente no le corresponde, puesto que el prenominal Lucio se ha tomado del protagonista de Asinus aureus, El asno de oro, su obra más conocida. Una obra que por cierto no es del todo original. Existe una novela griega anterior, titulada Lucio o el Asno, , posiblemente obra de Lucio de Pratae, aunque se atribuyó erróneamente a Luciano de Samosata. En cualquier caso, Apuleyo se aprovechó únicamente del argumento para construir la que con toda probabilidad es la que podríamos llamar primera novela de la Historia de la Literatura. El asno de oro, que se conoce también por el subtítulo de La Metamorfosis, constituye un prodigio de imaginación y de sentido del humor. Le cabe también el mérito de ser la única novela latina de la época clásica que ha llegado completa hasta nuestros días. No sólo eso. El asno de oro es la precursora de lo que siglos después se dio en llamar novela picaresca. Gigantes literarios como Rabelais, Alemán, Bocaccio, Cervantes, Quevedo, Voltaire o Defoe han paladeado el sabor de la obra de Apuleyo y han seguido sus huellas.


El asno de oro narra los avatares del joven Lucio, un entusiasta de la magia que viaja a Tesalia (considerada la cuna de las artes mágicas), y allí es accidentalmente transformado en asno. Bajo esta apariencia, pero conservando su entendimiento humano, Lucio se ve envuelto en una serie de ridículas peripecias, y es testigo de toda clase de sucesos prodigiosos. Se trata de una novela amena, ingeniosa, fantástica, rebosante de humor y no carente de episodios que ahora calificaríamos de sexualmente explícitos. En la narración se intercalan algunas historias divertidas al margen de la trama principal, una característica que ya en el Renacimiento y en el Barroco adoptarán también otros muchos escritores. El último capítulo, de estilo tan completamente distinto del resto, que ha hecho a muchos críticos dudar de su autoría, relata la iniciación de Lucio en los misterios de Isis. Está cargado de fervor religioso y de un singular aroma poético.


Biblioteca Bigotini tiene el honor de ofreceros una magnífica versión digital de la inmortal obra de Apuleyo. Haced clic en la portada y deleitaos con la amable lectura de un grandísimo texto clásico. Seguid las peripecias y las picardías del pícaro Lucio encerrado en la piel del asno. Se trata de una de esas obras imprescindibles que no pueden dejar de leerse. Que os aproveche, y sed felices. Ya sabéis que nacemos condenados a la felicidad. Resistirse a la condena no es una buena idea. El sufrimiento es en definitiva, completamente inútil.


-Oiga, ¿averías? No me funciona el ruter.
-Veamos. ¿qué luces tiene ahora mismo encendidas?
-Pues las del salón y la cocina…
-…Entendido. Le mandamos un técnico.



miércoles, 9 de septiembre de 2015

PLIOPITÉCIDOS. AL FIN SIMIOS

Los pliopitécidos evolucionaron en África a comienzos del Oligoceno, hace unos 35 millones de años. Declinaron y se extinguieron definitivamente en el Mioceno, hace 10 millones de años aproximadamente. Pero claro está, dejaron descendencia, de la que seguiremos ocupándonos en sucesivas entregas.
Aunque presentan rasgos primitivos, como el hocico largo, el cerebro aun muy reducido, y hasta en ciertos casos, conservan la cola, los pliopitécidos son la primera familia fósil que podemos calificar como de simios auténticos. Entre sus características más avanzadas que les acercan a los simios modernos, pueden destacarse la mandíbula, la dentadura y la visión estereoscópica ya completamente similar a la nuestra.

Propliopithecus
Tres son las especies mejor estudiadas de esta familia. Propliopithecus, acaso el ejemplo más antiguo, puesto que data de mediados del Oligoceno, hace unos 27 millones de años, era un cuadrúpedo del tamaño aproximado de un gibón. Se movía a cuatro patas sobre las ramas de los árboles de forma muy parecida a como puede hacerlo un macaco moderno. Aegyptopithecus, otro fósil de características similares, hallado en la región egipcia de Fayún, es posible que sea en realidad la misma criatura. Los ojos de Propliopithecus encajaban en unas cuencas amplias, y se dirigían hacia el frente, lo que le proporcionaba una magnífica visión estereoscópica que le permitiría precisión en el salto y una buena puntería para arrojar objetos. Su dentadura, por completo similar a la de los simios actuales, presenta adaptaciones típicas de un frugívoro, aunque es muy probable que también consumiera insectos e incluso pequeños vertebrados.

Pliopithecus
Pliopithecus, nuestro segundo protagonista, habitó Europa desde mediados hasta finales del Mioceno. Sus fósiles se han hallado en Francia y la República Checa. Era un animal de envergadura considerable, que podía medir alrededor de 1,20 m. de altura. Su anatomía resulta tan semejante a la de los modernos gibones, que algunos paleontólogos llegaron a pensar que Pliopithecus fue su ascendiente directo. Una idea que actualmente parece descartada. Esta criatura presentaba una cara corta de características modernas, caninos muy afilados y ojos grandes, si bien es posible que su orientación, no del todo frontal, le privara de una perfecta visión estereoscópica. Las extremidades eran largas, y también las manos y los pies tenían una longitud considerable. Adaptaciones muy útiles para la braquiación y los desplazamientos en las ramas. Hay paleontólogos que le atribuyen una cola vestigial.


Dendropithecus

Dendropithecus, nombre específico cuya traducción es el simio de los árboles, es quien para los paleontólogos actuales se perfila como el verdadero ancestro de los gibones. Vivió entre principios y mediados del Mioceno, hace 15 o 20 millones de años, en el este de África, en Kenia concretamente. Sus patas anteriores eran notablemente largas, por lo que debió braquiar con gran eficacia. Toda su estructura física guarda un parecido extraordinario con la del gibón, con excepción de su tamaño bastante menor, pues un Dendropithecus adulto no sobrepasaba los 60 cm. de altura. También su alimentación era semejante a la de los gibones, compuesta de frutas, hojas y flores. Sus hábitats eran básicamente los bosques densos de tipo tropical, que en su época abundaron en el África oriental.

Pues bien, estos fueron los pliopitécidos. Iniciaron un camino evolutivo que les convierte en remotos compañeros de viaje genéticos de los grandes simios modernos y con toda probabilidad, también de los homínidos. Muchas de sus adaptaciones avanzadas se han perpetuado tanto en los simios recientes como en nosotros mismos. Próximamente retomaremos el hilo de esta historia.

-Paquita, llévame al circo.
-No nene, que si te llevo, te contratan.



domingo, 6 de septiembre de 2015

WILLIAM OUGHTRED Y LA REGLA DE CÁLCULO

William Oughtred, nació en la localidad inglesa de Eton en 1574. Profesó como eclesiástico, siendo uno de los primeros ministros de la entonces todavía incipiente Iglesia Anglicana. Pero la verdadera pasión de Oughtred fue la ciencia. Curiosamente la Historia nos demuestra que ni mucho menos fue un caso único. Ya en el siglo XVI se inauguró una tradición muy inglesa por la cual muchos segundones de familias nobles se dedicaban al ministerio eclesiástico. En sus parroquias y vicarías llevaban una vida tranquila. Tanto que, tratándose generalmente de hombres cultos, gozando de una posición desahogada, y disponiendo de mucho tiempo libre, pudieron entregarse a sus aficiones. En no pocos casos esas aficiones eran científicas, de lo que se benefició el progreso del conocimiento humano de forma singular.

En el caso concreto de William Oughtred, se interesó por la astronomía y la gnomónica, pero sobre todo sobresalió en el campo de la matemática, disciplina que llegó a dominar hasta convertirse en uno de los matemáticos más importantes de su tiempo. Entre sus obras cabe destacar Clavis Mathematicae (1631), Circles of Proportion and the Horizontal Instrument (1632) y Trigonometria with Canones Sinuum (1657), publicada esta última poco antes de su muerte acaecida en 1660. Entre sus aportaciones sobresale el empleo de la letra griega , con valor de 3,1416, como símbolo para expresar el cociente entre la longitud de la circunferencia y su diámetro, a pesar de que fue Leonhard Euler, el célebre matemático suizo, quien popularizó su uso. Se atribuye también a Oughtred el uso del signo x para la multiplicación, y las abreviaturas sin y cos para las funciones trigonométricas del seno y el coseno.


Pero sobre todo William Oughtred es conocido y ha pasado a la Historia de la ciencia por la invención del instrumento que conocemos como regla de cálculo. Basándose en el trabajo de John Napier sobre los logaritmos, el clérigo construyó una regla con varias escalas numéricas, que facilita la realización rápida de operaciones aritméticas. Los que peinamos canas y vivimos la era preinformática, no disponíamos de calculadoras. Las humildes reglas de cálculo constituyeron una herramienta preciosa. Hacia 1980 dejaron de fabricarse en grandes cantidades, aunque aun actualmente siguen usándose en trabajos industriales muy específicos, en navegación marítima y aérea. Si los más jóvenes queréis tener una regla de cálculo en vuestras manos, temo que solo podréis hallarla en la vitrina de algún coleccionista.

La juventud es un defecto que se cura con el tiempo.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

SAN BAUDELIO, EL ÁRBOL DE LA VIDA Y EL CAMINO INICIÁTICO

En la localidad soriana de Casillas de Berlanga, muy cerca de Berlanga de Duero, se alza el que probablemente sea el templo más extraño y sorprendente de la cristiandad. La ermita de San Baudelio es una modesta construcción de planta cuadrada, cuyo origen se remonta a la época visigoda. Su decoración interior mozárabe, hoy desgraciadamente esquilmada, puede datarse en el siglo XI, cuando aquella región era una zona fronteriza que cambiaba frecuentemente de dueño. A pocos metros de su entrada nace un manantial de aguas fresquísimas y reputación de milagrosas. La ermita se cimienta en la roca viva, y sirve de atrio a una pequeña caverna a la que se accede desde el interior del templo. Se trata de un auténtico útero telúrico, cuya salida al exterior simboliza el nacimiento.


La nave principal tiene en su centro un pilar cilíndrico del que parten ocho arcos de herradura que le confieren el aspecto inequívoco de un árbol, de una palmera. Representa el Árbol de la Vida, también llamado Árbol de la Ciencia, y tiene un aspecto idéntico al representado en las miniaturas de los Comentarios apocalípticos del Beato de Liébana. Entre las pétreas ramas de la palmera existe un hueco de difícil acceso, cubierto por una cupulilla de nervios cruzados en filigrana. En el hueco cabe una persona acurrucada. La mitad de la nave principal está ocupada por una especie de tribuna a la que se accede por unos escalones, y está sostenida por dieciocho columnas unidas por arquillos de herradura rematados por pequeñas cúpulas. Una diminuta capilla parte de esa tribuna, para adosarse al pilar central. El cenobio en su conjunto tiene un claro propósito anacorético e iniciático. Un enclave templario. A pesar de la degradación sufrida, es perfectamente posible distinguir los lugares destinados a cada grado, al que los aspirantes accedían tras vencer las diferentes pruebas y dificultades.


Al primer grado, situado en la misma nave, tendrían acceso todos los eremitas de la exigua comunidad de monjes-soldados. En el ábside debían celebrarse los oficios. En la caverna subterránea estaría ubicado un segundo grado, con capacidad para un par de personas. Existen equivalentes de este tipo de criptas en otros cenobios como el del monasterio de San Millán de la Cogolla. Allí dentro el eremita entraría en contacto íntimo con la tierra, absorbiendo místicamente su esencia. El tercer espacio estaría en la pequeña cámara adosada al pilar. Allí y en la pequeña celda superior, el adepto entraba en contacto con la estructura esencial del Árbol de la Vida. En completo ayuno, y casi sin posibilidad de movimiento, su espíritu se beneficiaría tanto de la influencia de su forma, como de la pirámide-cúpula-techo que tenía sobre sí. Tiene este espacio la misma función que el de su equivalente en la iglesia templaria de la Vera Cruz. El caballero-monje pasaba allí un tiempo dedicado a la soledad meditativa y la penitencia mística. Con idéntico sentido al de la columna-árbol de Simeón el Estagirita de la Tebaida o las cuevas iniciáticas de los eremitas bercianos, San Baudelio proporcionaba la fuerza redoblada que se contiene en los símbolos sincréticos del árbol y la caverna. Si la caverna y su sinuoso y vaginal camino de salida conducen a la vida terrenal, el árbol indica el camino del cielo.


Hay en San Baudelio mucho más que cristianismo. La arraigada costumbre céltica de colocar a los muertos en lo alto de los árboles, para que devorados por las aves, ascendieran con mayor facilidad a los cielos, e incluso los ancestrales rituales iniciáticos de las cuevas prehistóricas del occidente europeo, hablan a favor de unas prácticas y una sabiduría mucho más antiguas y primordiales que la misma cristianización peninsular, por cierto bastante menos completa de lo que la ortodoxia histórica nos hizo creer siempre. Pensemos en las populares cucañas, cuyos celestiales premios se depositan en lo más alto de un tronco.

Pensemos también en los numerosos árboles sagrados, tanto peninsulares como de otras tierras de tradición indoeuropea y preindoeuropea. En el Baghabat-Gita encontramos el árbol Azvatha que significativamente crece al revés, y es según la tradición hindú, el único digno de regir el mundo, porque sus raíces, es decir, su origen, están en la Causa Primera, y sus ramas se sepultan en lo material, para gobernarlo. Pensad en la cruz puesta al revés de Pedro, sucesor y encargado por Cristo de regir la Iglesia. La encina sagrada de los aqueos, el fresno sagrado de los germanos, el célebre árbol de Guernica, el de Avellaneda, el de Guerediaga, el de Arcentales, el de Larrazábal, participan del conjunto arcaico de creencias con una serie de elementos comunes que conducen al conocimiento de las cosas divinas, a la verdadera sabiduría.


En el árbol, como en la cruz, se muere. Pero no se trata de una muerte real, sino una muerte iniciática que implica la resurrección a una nueva vida. La Vida con mayúscula que alcanza el adepto en la comunidad que le acoge y le señala el camino. Tanto en los ritos practicados por los pueblos primitivos, como en los rituales de las sociedades ocultistas, la prueba suprema es una muerte que incluso en ocasiones lleva aparejado el cambio de nombre, para renacer a una vida nueva. Así pues, San Baudelio de Berlanga es un lugar de iniciación. A pesar de los frescos perdidos, a pesar de la degradación sufrida, el sentido que le dieron sus primitivos constructores ha prevalecido a través del tiempo y del olvido. Aun puede reconocerse. Visitadlo si tenéis oportunidad. Dejad que su atmósfera os envuelva, abrid bien los ojos y mantened abierto el entendimiento.

Cuando el sabio señala la Luna, el idiota mira el dedo.