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viernes, 27 de enero de 2017

DOS MAÑOS Y TRES MAÑICAS EN LAS ISLAS BRITANICAS. PART TWO: ESCOCIA Y LAS HIGHLANDS


El viaje de Bigotini y sus alegres compañeros de Londres a Edimburgo, que se presumía plácido, dio comienzo con un trepidante tour de force. Se equivocaron de aeropuerto, así que ahí tenéis a los dos maños y las tres mañicas que se anuncian en el título, metidos en uno de esos taxis londinenses que circulaba a toda velocidad por atajos de las afueras y caminos de tierra, en un infructuoso intento del animoso taxista indostánico por llegar a tiempo al aeropuerto correcto. El prominente turbante del conductor le protegía de los golpes en el techo del vehículo producto de los numerosos baches. No tuvieron tanta suerte los profesores Crespovich y Bigotini, ni las tres bellezas que iban con ellos. Los cinco salieron del taxi tambaleándose.

Después tuvieron que esperar al siguiente vuelo disponible, por eso llegaron a Edimburgo ya avanzada la noche. Allí, muertos de hambre y cargados de maletas, se dieron de bruces con los célebres festivales de verano de la capital escocesa. Música y alegría por todas partes, incluído el ruidoso local que quedaba justo debajo de su alojamiento edimburgués, un pub para jóvenes viajeros continentales con mesas de billar y cervezas descomunales. Si no puedes vencerlo, ya se sabe... Lo mejor en estos casos es relajarse y disfrutar. El pollo frito a la deriva en un mar de cerveza australiana, tuvo la virtud de hacer que los cinco viajeros conciliaran el sueño como cinco bebés. Gracias sean dadas a la divina providencia.


La mañana siguiente, paseando por la ciudad soleada y endomingada, con un buen desayuno en el cuerpo, se olvidaron los pesares, y la vida se vio ya de otro color. Es Edimburgo una ciudad magnífica, con excelente arquitectura civil y religiosa. Un paisaje urbano de excepcional belleza. El grupo hizo sus acostumbradas fotos y se regaló con sus acostumbrados refrigerios. El clima dio por fin un respiro a los viajeros. En Escocia el clima es más fresquito. Un día fresco y soleado... No ahora se está nublando... A continuación llueve copiosamente... Un momento... parece que vuelve a brillar el sol... La conclusión es que aunque no te guste el clima escocés, no debes preocuparte nunca. Puedes estar seguro de que cambiará dentro de un rato. En definitiva, relájate y disfruta.



No debe dejar de visitarse en Edimburgo su céntrico cementerio victoriano. Es probablemente el más curioso cementerio europeo. A su puerta se yergue la tumba de Bobby, un perro singular que tras la muerte de su amo, permaneció junto a su tumba, hasta morir él mismo. Todo un ejemplo de cariño y fidelidad. Enternecedor. En cuanto al recinto funerario, es una extraña mezcla entre lo tétrico y lo bucólico. Es un claro exponente de su época, a caballo entre el tumultuoso romanticismo británico, quintaesenciado en el lirismo escocés, exagerado y sublime. Un paseo entre los cipreses, tumbas cubiertas de musgo y telarañas, extrañas marcas en los mausoleos que acaso evocan ecos de macabros ritos...
Concluyó el domingo en Edimburgo con una cena magnífica en una vieja biblioteca eduardiana reconvertida en restaurante de moda. Ni un solo turista. Todos los clientes a excepción de nuestro grupo, eran edimburgueses que entonaron viejos cánticos corales mientras trasegaban una cerveza tras otra. Bigotini se atrevió con algunas especialidades regionales: caldo de cordero con verduras y el célebre haggis (pastel de hígado), servido con puré de patata y colinabo.


La opípara cena tuvo alguna consecuencia. La habitación del St. Christopher Hostel que ocupan los viajeros, dispone de un solo baño que comparten los cinco (recuérdese que los alojamientos no abundan en plenos festivales). El caso es que la cena ocasionó pequeños efectos colaterales. La íntima convivencia pone a prueba hasta los más apasionados amores. No resiste Bigotini la tentación de obsequiarnos con unas coplillas de pie quebrado:

En este mundo caní
sin cagar nadie se escá.
Caga el pobre, caga el rí,
caga el obispo y el pá.

A quienes no puedan cá
yo les daré la recé:
un puré de coliná
y unas pintas de cervé.

¿Que exquisita delicadeza, verdad? En la estación de Edimburgo, muy cercana al albergue, el grupo alquiló un automóvil, y sin más dilación se puso en camino hacia la vieja y verde Escocia Septentrional. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a eso de circular por la izquierda, con el volante y el resto de los mandos en el lado contrario. Por suerte la naturaleza dotó a los felices viajeros de excepcional habilidad, y tras apenas unas decenas de pequeños sustos y divertidas peripecias para abandonar el centro urbano y el tráfico de Edimburgo, consiguieron por fin ponerse en carretera. El hecho de que también hubiera algún que otro peatón que salvó milagrosamente la vida, no debe empañar un ápice la pericia conductora de Bigotini y los suyos.


La primera parada se hizo en uno de esos coquetos salones de té de una de esas pequeñas poblaciones escocesas. La comida y el ambiente son típicos de la Gran Bretaña rural, exactamente como los ambientes descritos en las novelas de Agatha Christie. Un verdadero encanto, vaya.
Por carreteras estrechísimas y poco transitadas llegaron a Inverness. Allí cenaron (lo primero es lo primero). Cerdo asado, patatas rellenas, huevos escoceses, salmón, gambas... un festín. Vino después la ardua tarea de buscar alojamiento. Todo está ocupado, y no parece haber otra cosa en la pequeña Inverness que carteles de no vacancies. Para colmo llueve con insistencia. Tras un par de momentos de desesperación, por fin los dioses escuchan las súplicas del grupo, y dan con una casa estupenda, regentada por una escocesa la mar de simpática. Ocuparán una habitación del segundo piso y una buhardilla enorme, cálida y acogedora. Laura y Bigotini rien a mandíbula batiente, mientras dictan a Marisol el texto de las postales para sus amigas: Querida Inés, estamos en Inverness, y otras simplezas semejantes... Pili y Crespovich también están encantados con su habitación. De noche camas limpias y calientes, de día desayunos contundentes (huevos con tocino). ¿Se puede pedir más?


Sigue escribiendo Bigotini: una vez desayunados, nos aventuramos carretera adelante, siempre hacia el lejano Norte. Lluvia y frío nos acompañan sin darnos punto de reposo. Llevamos encima toda la ropa que hemos traído.
En un pueblecito vecino de un antiguo balneario, hacemos la primera parada y tomamos unas cervezas. Recorremos la costa nororiental. Viejos castillos en ruinas asomándose a los feroces acantilados. Cielos cubiertos de bruma. Marismas interminables... Paramos en una playa solitaria colonizada por unas algas fantásticas, extraterrestres... Vuelve la lluvia inmisericorde, y nos expulsa también de la playa. Iremos donde nos lleve el viento. Ya de vuelta en Inverness, cenamos en un restaurante armenio. Vuelve a hacerse plaza el buen humor. Nuestras risas se escuchan desde la orilla opuesta del lago.


El día siguiente desayunamos con las risas de la pasada noche corregidas y aumentadas. Asoma tímidamente el sol. Bordeando el lago Ness, llegamos hasta un pintoresco castillo edificado en un saliente junto a las oscuras aguas. Cruzamos luego las Highlands de este a oeste, hasta llegar a Skye, la mayor de las Hébridas del Norte. Hemos penetrado en el Círculo Polar Ártico. Atravesando un larguísimo puente que desafía las olas, accedemos a la isla. El espectáculo es extraordinario: Escocia en estado puro. Rebaños de ganado pastando en equilibrios imposibles en las laderas de las verdes colinas. Reflejos del desvahído sol en la hierba, y todas las gamas posibles del verde. Regresamos muy cansados a nuestra base de Invesness. Mesa y manteles bordados en el restaurante de un viejo hotel balneario de la orilla oeste del lago Ness. Alta cocina de aire continental, algo más cara, pero sin exagerar. En Londres cenar en un sitio así hubiera costado el triple, pero Escocia es mucho más asequible. Fritura de pescados, mejillones, calamares... Todo para chuparse los dedos. Esta noche disfrutaremos por última vez la calidez de nuestra acogedora buhardilla. Mañana debemos dejar atrás Inverness y los deliciosos huevos fritos con panceta del desayuno.


Bordeando siempre el lago Ness, llegamos a Port Augustus, enclave privilegiado de las Highlands, que es el puerto más septentrional de Escocia y constituye, como refleja su mismo nombre, el límite boreal de la romanización. Hemos almorzado en un paraje singular, al pie de la cordillera de los Grampianos y a la sombra de la montaña más alta de Gran Bretaña. Después carretera y manta (no vendría mal tener alguna). Llegamos a Tarbet, a orillas del lago Loch Lomond, el más extenso del país. Paisaje idílico con barcos surcando el lago y playas de verde y brillante césped salpicadas de arboledas frondosas y magníficas. Indagando en la oficina de información del pueblo, unas viejecitas nos dirigen a un hotel con encanto. Es una casita rústica con cómodas y espaciosas habitaciones. La regenta Jim, un tipo bonachón de nariz roja, que nos amenaza con un desayuno completo la mañana siguiente. Tras una vueltecita por la tranquila localidad y unas cervezas, las camas nos acogen con especial amor maternal.


El desayuno completo no defrauda las expectativas. Huevos, jamón, salchichas, judías, fruta fresca... No hay más remedio que hacerle unas fotos. Nos despedimos del simpático posadero, y partimos hacia el sur. Hay que ir pensando en volver.
Pasamos por Glasgow sin detenernos y vamos a comer a Lanark, una ciudad pequeña y provinciana que vivió su apogeo durante la era industrial. El principal reclamo para el visitante es una vetusta y monumental fábrica textil del XVIII. La recorremos a conciencia, empapándonos de maquinismo y de historia de los movimientos sociales británicos. Tomamos unas pintas en un acogedor pub tipo tasca de pueblo, en el que reinan la alegría y el buen humor entre los parroquianos desocupados y bromistas. El profesor Crespovich hace gala de su dominio del slam británico, pegando hebra con un tipo loco dueño de un perro grande como un pony. Al abandonar el local, descubrimos un cartel en el que se ruega no bailar encima de las mesas. ¡Vaya parroquia!


Después de comer seguimos viaje hacia el sur. La verde Escocia, agreste en las Highlands y más suave en esta región meridional, no deja de sorprender en cada recodo del camino. Cuando menos lo esperas aparece una gran colina con nubes en la cumbre, o una inmensa y desolada extensión de pastos donde pacen ovejas y vacas lanudas. Paramos en alguna destilería de Wisky. Las inevitables degustaciones convierten la conducción de nuestro auto con los mandos al revés en una trepidante aventura.
Mucho más al Sur, en Leeming, North Yorkshire, encontramos a última hora cena y alojamiento en un curioso hotel. Cenamos decentemente y dormimos tranquilos. Sin embargo, el desayuno comienza con sobresalto. La habitación que ocupan el viejo Crespovich y la doctora Martínez, queda justo encima del bar, y cuando bajan a desayunar se dispara la alarma y aparece la dueña en pie de guerra. Es una vieja bigotuda en camisón, armada con un rifle de abatir elefantes.


Pasado el susto y el desayuno, seguimos en dirección Londres. Tras algún que otro rodeo, llegamos a Takeley, una ciudad dormitorio o barrio residencial de las desproporcionadamente gigantescas afueras de Londres. Queda muy cerca del aeropuerto de Stanted, de donde partirá nuestro vuelo de regreso. El hotel es magnífico. Las habitaciones tienen salida a un jardín de media hectárea cubierto de verde césped. El pueblo es tranquilo y aburrido. Cenamos en un bar en que los parroquianos tienen la costumbre de hacer monólogos de humor. Hemos devuelto sano y salvo el vehículo disléxico en la agencia de alquiler. Nuestro viaje toca a su fin. La mañana siguiente un coche del hotel nos conduce al aeropuerto. No tardaremos en aterrizar en Zaragoza, donde el simpático grupo se despedirá hasta la próxima aventura. Prometemos contarla aquí.

El secreto de la felicidad es tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar, y algo nuevo que esperar. Thomas Chalmers.



martes, 24 de enero de 2017

LUIS BARAHONA DE SOTO, UN LUCENTINO GENIAL


Fue su cuna la antigua Eli Ossana sefardí, donde vio la luz primera en 1548. Luis Barahona de Soto es uno de los poetas más preclaros de nuestro Siglo de Oro. Desde su Lucena natal, flor cordobesa de aquella Castilla Novísima, marchó primero a Antequera, y después a Granada, donde comenzó sus estudios. Allí, a orillas del Darro, fue asaltado por las alegres Musas, que desde entonces le adoptaron por compañero. Aun medio graduado de poeta, frecuentó el trato de talentos tan ilustres como Pedro Padilla, Gregorio Silvestre, Hernando de Acuña, Alonso de Granada, Juan Latino, Gaspar de Baeza, o el mismo Diego Hurtado de Mendoza, a quien recientes investigaciones adjudican nada menos que la autoría de El Lazarillo. En semejante compañía, a nadie extrañará que Luis Barahona saliera tan buen discípulo que quedara perdigado para ascender las altas cumbres del Parnaso.

Barahona sirvió al rey en la guerra que se libró contra los moriscos en las Alpujarras. Marchó primero a Osuna, donde trató a Medina y Sandoval, y después a Sevilla, para graduarse como bachiller en medicina, arte que después ejercería en Archidona. En Sevilla, la perla del Guadalquivir, que entonces era la puerta de las Américas y la mayor Babilonia de Europa, conoció a Diego Girón y a Argote de Molina, y hasta se atrevió a disputar con el gran Fernando de Herrera, que al decir de todos menos de nuestro hombre, fue el mayor poeta sevillano, que entonces era como decir el mayor de lo descubierto de la Tierra. En Archidona tuvo la dicha de hallar acomodo y la desdicha de tener dos esposas y perder a ambas. Fue la primera Isabel Sarmiento, una viuda joven, y la segunda doña Mariana de Navas, también joven y soltera. Fue no solo médico, sino también corregidor de la Villa, y en ella continuó desgranando uno a uno, frondosos ramilletes de poemas. Sonetos, églogas… Interminable y prolífico caudal. Luis Barahona de Soto murió repentinamente en 1595. Yacen sus restos en la parroquia de Santa Ana de Archidona.


Salvo alguna poesía suelta que compuso para prologar libros ajenos, sus obras no fueron publicadas hasta después de su muerte. La que más se hizo esperar fue precisamente su única obra conocida en prosa, titulada Diálogos de la Montería, un tratado cinegético que no vio la luz hasta fecha tan tardía como 1890. Su obra en verso se publicó en diferentes colecciones, como las Flores de poetas ilustres, el Parnaso español, o la Biblioteca de Autores Españoles. Su poesía completa puede encontrarse en la edición de Francisco Rodriguez Marín de 1903. El estilo de Barahona es italianizante, a imitación de Garcilaso, como el de casi todos los poetas españoles de su tiempo, y muy especialmente los de la Escuela Sevillana en la que suele encuadrarse. Biblioteca Bigotini pone hoy al alcance un clic (hacedlo sobre la ilustración) de sus seguidores, precisamente el soneto burlesco de su primera época, en el que Barahona hace chanza del lenguaje artificioso que gastaba el divino Fernando de Herrera. Disfrutadlo amiguitos.

Tres cosas hay que no vuelven nunca atrás: la saeta lanzada, la palabra comprometida y la oportunidad perdida.



viernes, 20 de enero de 2017

LA APUESTA


Dando tumbos llegué a Las Vegas. La ciudad del juego resulta tan hospitalaria como una serpiente de cascabel, y sin embargo me acogió como una gallina a su polluelo.
Mickey Costa, a quien solían llamar MuckeyCosta, me contrató como guardaespaldas. Al menos eso creí al principio. Pronto comprendí que mi trabajo consistía en hacer de chofer sin uniforme para él y para las golfas que regularmente llevaba a su habitación, la suite presidencial del Hyde Bellagio, uno de los clubs que regentaba. Costa era un sujeto repulsivo al que su absoluta falta de escrúpulos unida a una serie de golpes de suerte y algún que otro desgraciado accidente, habían elevado desde simple matón de barrio a capo de una de las bandas emergentes en aquella Babilonia del desierto. Era un perfecto hijo de puta, pero hay que reconocer que tenía pelotas. Como se había ganado tantos enemigos, era consciente de que podía morir al doblar cualquier esquina, por eso vivía al límite, gastaba a lo grande, y no se privaba de nada. Trataba a todo el mundo como si fuera basura, sobre todo al Gran Faustin, su “hombre de confianza”, un auténtico gorila de dos metros de alto por otros dos de ancho con la mentalidad de un parvulito.

Faustin miraba con desconfianza a cualquiera que se acercara al jefe. Los que trabajábamos para él no éramos una excepción, así que todos procuraban apartarse del gigantón, porque un guantazo suyo fácilmente podía llevarte al hospital. Yo me había propuesto ganarme al chico. ¿Qué hay mejor para un gorila que los cacahuetes?, me dije. Empecé a llevarle cada noche una bolsita de maní, y a partir de entonces se convirtió en mi amigo.

El gran Faustin

Una noche transporté hasta el Bellagio a una muchacha rubia y pálida que ni siquiera habría cumplido veinte años. Estuve a punto de darle los cincuenta dólares que llevaba en el bolsillo, y devolverla a la guardería que nunca debió abandonar, pero pensé que el cerdo de Costa le pagaría mucho más, así que iba a ser inútil convencerla. De todas formas, algo en mi interior me impulsaba a protegerla, así que cuando la dejé en la suite, en lugar de irme al bar como las otras veces, me quedé en el vestíbulo charlando con mi nuevo amigo Faustin. Al poco rato comenzaron a oírse voces, luego súplicas, y después los gritos y el llanto de la chica. Faustin, concentró toda la atención en su bolsa de cacahuetes como si quisiera sepultarse en ella, y a mi mirada interrogadora respondió con un hilo de voz, casi a punto de echarse a llorar: -siempre es así. Los gritos ganaron intensidad y me abalancé contra la puerta. -¡Espera, tú no puedes…! comenzó a decir el gorila, pero sí podía. De hecho ya estaba dentro.

había atado a la chica a una silla
 y la estaba torturando
Aquel sádico cabrón había atado a la chica a una silla, y la estaba torturando. Antes de que pudiera reaccionar, le puse mi revólver en la sien. –Suéltala, ordené, pero en vez de hacer lo que le pedía, el muy hijo de puta aplastó su cara de rata contra el cañón de mi arma. -¡Dispara si tienes cojones!, gritó. ¿Crees que me asustas? Excombatiente, expolicía… ¡una mierda!, eso es lo que eres. Estamos en la ciudad del juego, siguió. Te apuesto cien dólares a que no tienes agallas para apretar el gatillo, dijo sacando unos billetes del bolsillo. ¿No es suficiente? ¡Ciento cincuenta, doscientos! Sacó más billetes: ¡Doscientos cincuenta!, aulló…

Disparé, y le volé los sesos. El Gran Faustin, que había contemplado la escena atónito, se acercó lentamente. Pensé que iba a estrangularme, pero no. Primero tomó mi revólver con delicadeza. Sacó un pañuelo y limpió cuidadosamente mis huellas. Antes de poner el arma en la mano de Costa, me hizo frotar con mi mano la manga de la camisa y la mano del cadáver. –Es para que le encuentren restos de pólvora, explicó, y ante mi admirada sorpresa, añadió: lo he visto en el cine. Después desató a la chica que se abrazó a él como un náufrago a su salvavidas.

Las precauciones del bueno de Faustin resultaron innecesarias. La Ley concluyó que había sido un suicidio, y puedo jurar que ni un solo habitante del planeta lamentó la muerte de Mickey-Muckey Costa.
En cuanto al dinero, le registré los bolsillos, y comprobé que llevaba encima casi mil dólares. Debí haber esperado más, pensé, pero me limité a cobrar mis doscientos cincuenta. Después de todo, una apuesta es una apuesta.

En la vida hay cosas más importantes que el dinero. Lo malo es que todas son demasiado caras. Groucho Marx.


Muck: estiércol, desperdicio, mierda…

martes, 17 de enero de 2017

TYCHO BRAHE, EL HOMBRE DE LA NARIZ DE ORO


El que fue el más grande astrónomo de la era pretecnológica nació en 1546 en Escania, que actualmente se encuentra en Suecia, pero entonces pertenecía a Dinamarca. Un danés de familia noble muy ligada a la casa real. Se crió con su tío Joergen, que le proporcionó una sólida educación. Mientras estudiaba en la Universidad de Copenhague, el joven Tycho fue testigo de un eclipse solar, lo que le produjo una extraordinaria impresión, y dirigió su interés hacia la astronomía. Tycho Brahe marchó después a la Universidad de Leipzig, donde en 1563 volvió a presenciar un acontecimiento astronómico singular, la conjunción de Júpiter y Saturno. El joven astrónomo se propuso entonces mejorar las previsiones acerca del movimiento de los astros, que por aquel entonces resultaban no demasiado fiables. Tras un paréntesis en que regresó a Dinamarca para participar en la guerra que libró su país contra sus vecinos suecos, amplió sus estudios en las universidades de Wittenberg y Rostock. Su familia se oponía a su pasión por la astronomía, no obstante, tras la muerte de su tío Joergen, Tycho heredó una considerable fortuna que le garantizó la independencia suficiente para dedicarse en cuerpo y alma a su vocación, sin reparar en medios.


Y llegamos al curioso episodio en el que Tycho Brahe perdió su nariz. Ya se sabe que los astrónomos de tiempos pretéritos tenían tendencia a mezclar sus observaciones científicas con la afición por esa pseudociencia llamada astrología. El caso es que a nuestro hombre no se le ocurrió otra cosa que predecir el fallecimiento del sultán Solimán el Magnífico, que en esa época era el enemigo público número uno de la cristiandad. Ahora bien, como entonces no había noticiarios televisivos ni nada parecido, resulta que cuando Brahe anunció orgulloso su pronóstico, hacía ya varios días que el sultán otomano había muerto. El consiguiente choteo que siguió a semejante chasco, fue aumentando hasta llegar al insulto personal, y Tycho Brahe que era de temperamento fogoso, llegó a las manos con un noble danés. En el combate pugilístico perdió la nariz, y tuvo que hacerse fabricar una prótesis de oro según unas versiones o de plata dorada según otras. En algunos retratos se representa al astrónomo con esa nariz postiza. Para colmo de males, según ciertos biógrafos, a Tycho le quedó un ojo algo deformado de tanto mirar a través del objetivo del telescopio. Si a todo ello unimos esos bigotes tan pintorescos que lucía, la verdad es que la imagen del excelso científico no podía ser más estrafalaria.


Brahe continuó sus observaciones en Basilea y Augsburgo. Construyó un magnífico observatorio en Uraniborg, que dotó de un gigantesco cuadrante de seis metros. Edificó otro observatorio en la isla de Hven, donde realizó nuevos descubrimientos. También se dotó de una imprenta y una fábrica de papel propias, para asegurar la publicación de sus trabajos. La lista de aportaciones que hizo Tycho Brahe a la astronomía resultaría interminable. Midió las posiciones de los planetas del sistema solar con asombrosa precisión, e incorporó los cálculos matemáticos y trigonométricos a la astronomía. Llegó a completar un catálogo de un millar de estrellas desconocidas hasta entonces, y precisó la posición celeste de estrellas y constelaciones ya conocidas.


Pero lo bueno no podía durar eternamente. A la muerte del rey danés Federico II, gran amigo y protector de Brahe, sucedió el reinado de Cristián IV, que no le tenía demasiado aprecio. En sus últimos años tuvo que exiliarse en Praga, donde bajo la protección de Rodolfo II de Habsburgo, colaboró estrechamente con su colega Johannes Kepler. Entre los dos recopilaron unas nuevas y muy precisas tablas de posiciones estelares, que conocemos con el nombre de Tablas rudolfinas. La breve etapa de colaboración con Kepler resultó enormemente fructífera. Desgraciadamente, en 1601 terminaron los trabajos de Tycho Brahe y terminó su vida. Si hemos de creer la versión de algún biógrafo y la de su socio Kepler, nuestro protagonista fue víctima de lo que podríamos llamar la buena educación. Parece ser que durante un banquete de cierta etiqueta, Brahe evitó abandonar la mesa para acudir a sus necesidades para no desairar a sus invitados. El caso es que sufrió una uremia, algo así como una intoxicación producida por su propia orina, falleciendo a los pocos días. Antes encomendó a su amigo Johannes Kepler completar la tarea iniciada con las Tablas rudolfinas. Los restos de Tycho Brahe reposan en la iglesia praguense de Nuestra Señora de Tyn. El profe Bigotini que muestra siempre gran simpatía por quienes lucen narices estrambóticas, no puede menos que venerar la memoria del astrónomo de las narices de oro.

La amistad es como la mayonesa. Cuesta un huevo y hay que tratar de que no se corte. Woody Allen



sábado, 14 de enero de 2017

MITOLOGÍA Y FAUNA MARINAS. DIOSES EN LA PLAYA


La navegación y la pesca como actividades económicas importantes se iniciaron en el Mediterráneo Oriental hace al menos cinco mil años. Sin salir de nuestro ámbito cultural, primero Creta, luego el resto de las islas y las poleis griegas, y más tarde el Imperio romano, fueron grandes potencias navales. Acaso por ello se consolidaron en el imaginario colectivo de los pueblos mediterráneos las viejas narraciones y leyendas nacidas en la noche de los tiempos entre las gentes de la costa, que han sobrevivido hasta nuestros días para engrosar la rica herencia folklórica que hemos recibido.

Posidón, el dios del mar del mundo clásico, que los romanos rebautizaron como Neptuno tomando el nombre de una deidad etrusca (Nethuns), mostraba a los habitantes de costas e islas dos caras muy diferentes. Era por una parte la personificación de la prosperidad, por la abundancia de pesca que procuraba. También era el semental fecundador de la Tierra. La etimología: Posis (esposo) y Da (tierra), no deja lugar a dudas. Pero por otra parte Posidón puede ser terrible si se lo propone. En el mar se desencadenan tempestades capaces de echar a pique el mejor navío, o de arrasar poblaciones costeras. Posidón es el Despotes Hippon, el Señor de los Caballos, cuya espuma recuerda las crines de los caballos galopando sobre las olas enbravecidas. Se convirtió en uno de los principales dioses del panteón clásico con la llegada al Mediterráneo de los aqueos provenientes del continente. Se establecieron principalmente en las costas de Jonia, donde se convirtieron en notables navegantes. En muchos lugares, y sobre todo en Arcadia, los caballos estaban especialmente consagrados al dios, y se le veneraba bajo apariencia equina.

La mitología nos dice que en aquellas costas tuvo lugar la unión del dios con Demeter, diosa terrestre y fecunda, principio de la feminidad, frente a la virilidad del dios marino. Para escapar del ardiente deseo de Posidón, Démeter se transformó en yegua. Posidón la violó adoptando la apariencia de un caballo, acto en el que tal vez se advierte una metáfora de la invasión aquea de la región, donde la Diosa Madre se representaba con cabeza de yegua. Otros epítetos de Posidón eran los relativos a su capacidad de producir terremotos. Es el turbador del suelo, según los poemas homéricos. Este mismo atributo caracterizó en otros lugares, como las costas de Asia Menor o la misma Creta, al Posidón tauróctono. El toro es también un símbolo de masculinidad y fuerza, sin embargo no puede competir con el caballo en velocidad, así que la tradición poética clásica sigue prefiriendo al caballo. Cuando tras el destronamiento de Cronos (otra alegoría de los nuevos tiempos), se produjo el reparto del mundo entre los dioses, los mitógrafos griegos consagraron a Posidón definitivamente como dios marino, y sus caballos, se convirtieron a su vez en criaturas marinas: hipocampos, literalmente caballos (hippos) que se retuercen (campein). Mudaron sus crines por coronas de espuma, y sus cuartos traseros se transformaron en colas pisciformes. Enganchados al carro del dios, se encargan de transportarle sobre las olas marinas.


El delfín, animal inteligente y dócil, sirvió en los mitos clásicos como alegoría del mar tranquilo y en calma. Su condición de pez piloto, que guía las embarcaciones entre los escollos de acantilados y pasos angostos, no pasó desapercibida a los primeros navegantes. Es antiquísima la tradición de que los delfines son hombres venidos a menos. Dionisos, cuando regresaba de la India camino de Naxos para desposarse con Ariadna, contrató a unos piratas tirrenos que pretendieron engañar al dios, dirigiendo la nave a Asia para venderlo como esclavo. Dionisos se percató de la trampa, y según cuenta Ovidio en sus Metamorfosis: Baco resplandeció cubierto de pámpanos y agitando el tirso. Le rodeaban linces, tigres y panteras. Poco a poco, en cada uno de los raptores se iba operando un cambio espantoso. Empezaron unos a ennegrecerse y a disminuir. Se cubrieron como de escamas. Otros veían sus brazos convertidos en alas. Aquellos, ya peces, se zambullían en el mar. Estos, ya aves, revoloteaban graznando...
Así pues, los delfines son piratas arrepentidos, por lo que el gran mitógrafo Pierre Grimal no se asombra de que los delfines sean amigos de los hombres y se esfuercen en sarvarlos.

En cuanto a las sirenas, contra lo que suele creerse, su condición de mujeres-pez es relativamente moderna, pues no la encontramos hasta el periodo medieval. En la mitología clásica las sirenas son sin excepción mujeres-ave. El episodio literario más conocido sobre estos seres míticos es el pasaje del canto duodécimo de La Odisea. En él Ulises, amarrado fuertemente al mástil de su embarcación, pudo hacer realidad el deseo de escuchar las dulces armonías de su engañoso canto. En este pasaje, Homero eleva el lirismo hasta extremos de profunda emoción. Ulises intenta desasirse, ruega y amenaza a sus hombres para que le suelten. Ellos, que se han tapado los oídos con cera, prosiguen el viaje sin atender las súplicas de su señor, lo que finalmente le salva de caer en las garras de las sirenas, donde sin duda habría encontrado la muerte.


Sobre cómo se convirtieron las sirenas en esos seres mixtos existe alguna división de opiniones. Pausanias argumenta que las sirenas eran muchachas que instigadas por Hera, pretendieron competir con las Musas en la belleza de su canto, por lo que primero las transformaron y después les arrancaron las plumas para hacerse con ellas coronas. De ahí el aspecto desaliñado con que se las representa. Ovidio cuenta que las sirenas eran originalmente acompañantes de Perséfone, y que cuando ésta fue raptada por Hades suplicaron a los dioses que les otorgaran alas para volar en busca de su compañera. Otras versiones aseguran que la transformación fue un castigo impuesto por Demeter por no haber cuidado de su hija con suficiente celo. Y aun otras atribuyen el castigo a Afrodita, que les arrebató su belleza por haber despreciado los placeres del amor.


En cualquier caso, la mayor parte de los relatos sobre sirenas obedecen a una intención que podría calificarse como antifemenina o antifeminista. La mujer es en ellos, causa de todos los males que sobrevienen al hombre. Con cantos y actitudes obscenas, las sirenas tientan, incitan a los hombres al pecado. En su apariencia monstruosa subyace la amenaza de enfermedades y ruina. El mito en los siglos posteriores vino como anillo al dedo a cierta casuística cristiana que identificaba a la mujer con el mal. La caza de brujas bajomedieval y renacentista hunde sus raíces en este abonado terreno mitológico.

La mejor manera de librarse de una tentación es caer en ella. Oscar Wilde



miércoles, 11 de enero de 2017

EUROPA EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS



En la convulsa Europa del periodo de entreguerras el cine se convirtió en un valioso instrumento de propaganda política. El genio creador de Sergei Eisenstein no paró en el mensaje de su célebre Acorazado Potemkim producido en la etapa muda, sino que siguió realizando grandes obras de arte como Octubre, Alexander Nevski o la monumental Iván el terrible.
En la Italia fascista los estudios romanos de Cinecitá fueron también una herramienta propagandística singular. Resulta curioso que los grandes dictadores de un signo (Stalin) u otro (Mussolini y Hitler) fueran empedernidos cinéfilos. El mismo Franco, sin ir más lejos, unos pocos años después llegó incluso a escribir algún guión. Pero esa ya es otra historia que trataremos en el cine de postguerra.
La Alemania nazi no fue una excepción. En la politizada UFA, la productora del régimen, se rodaron kilómetros de celuloide propagandístico a mayor gloria del fürer. Precisamente a este género corresponde el filme cuyo enlace os facilitamos hoy. Se trata de Olympia, obra de la cineasta alemana Leni Riefenstahl. Es un documental que recoge imágenes de los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín en 1936. Naturalmente, destacan la fanfarria patriótica y la exaltación de la raza aria, lo que no impide que la película posea una indiscutible calidad cinematográfica. Haced clic sobre la carátula y juzgad vosotros mismos.


Próxima entrega: El cine español durante la República


domingo, 8 de enero de 2017

ENTROPÍA. SEGUNDA LEY DE LA TERMODINÁMICA


Publicado en nuestro anterior blog el 30 de agosto de 2012

Clifford Pickover escribe: “cuando veo derrumbarse los castillos de arena en una playa, pienso en el segundo principio de la termodinámica”. La termodinámica, como indica su etimología, es la ciencia que se ocupa del calor y más concretamente de las transformaciones de la energía. Ya os hablé en un post anterior de la primera ley o principio de conservación de la energía. La segunda se enuncia así: la entropía total o desorden de un sistema aislado tiende a aumentar hasta aproximarse a su valor máximo. En otros términos: la entropía del universo tiende al infinito.

Boltzmann
Toda la energía del universo tiende a evolucionar hacia un estado de distribución uniforme en el que el desorden (la entropía) es la regla. Dos sistemas adyacentes tienden a igualar sus temperaturas, presiones y densidades. Si sumergimos un objeto de metal al rojo en agua fría, el metal se enfría y el agua se calienta hasta que ambos alcanzan la misma temperatura. Las casas abandonadas empiezan por agrietarse y acaban desmoronándose; un flamante y carísimo automóvil deportivo recién salido de fábrica, si se abandona durante unos años, acabará convertido en un montón de chatarra inservible. Cuando nuestra especie se haya extinguido, llegará un día en que desaparezca cualquier vestigio de su existencia sobre el planeta. Sólo es cuestión de tiempo. Las construcciones se derrumbarán, crecerá la vegetación sobre las ruinas o se cubrirán de arena. Las piedras se erosionarán. Todo acabará (acabaremos) convertido en polvo. Eso es la entropía, la medida de desorden de un sistema debido al movimiento térmico de sus moléculas (Ludwig Boltzmann, 1844-1906). William Somerset Maugham nos dejó la siguiente perla literaria: “no llores por la leche derramada porque todas las fuerzas del universo se han conjurado para derramarla”. Así de fantástico y así de terrible.


Pero como dice la sabiduría popular, mientras haya vida, habrá esperanza. Precisamente la vida, la biología, los organismos vivos son (somos) una contradicción viviente de esta implacable segunda ley. Los seres vivos desde el microscópico virus a la fabulosa ballena azul, hemos dado con la clave para burlar al menos temporalmente, la segunda ley. Hemos sido capaces de crear, mantener y replicar estructuras moleculares ordenadas y organizadas que luchan a brazo partido contra la inexorable tendencia universal a la entropía y al caos. Esta flagrante violación de la norma comenzó hace unos 4.000 millones de años y quién sabe hasta cuándo durará. Mientras tanto disfrutemos, vivamos, sigamos generando vida y combatiendo con nuestras escasas fuerzas a la entropía, el caos y la muerte. Amén.


Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberseFrançois de la Rochefoucauld.


viernes, 6 de enero de 2017

HONORÉ DE BALZAC ENTRE LA GLORIA Y EL FRACASO


Nacido en la ciudad francesa de Tours, a orillas del Loira, en 1799, Honoré de Balzac, fue el segundo hijo de Bernard François Balssa, hombre de baja extracción que medró durante la etapa revolucionaria, logró hacer una fortuna considerable y cambió su apellido original por el más aristocrático de Balzac. La infancia de Honoré transcurrió lejos de la casa familiar, en internados donde fue tratado con dureza por sus maestros y tutores. Su madre, Anne Charlotte Sallambier, que procedía de una antigua familia burguesa, nunca mostró demasiado afecto por él. Tal vez por esta causa sus biógrafos han querido encontrar explicación a la predilección que tuvo Balzac por las mujeres mayores, en las que acaso esperaba hallar la calidez que le fue negada por su propia madre. En 1816 comenzó sus estudios universitarios en la Sorbona, donde perdió el interés por el Derecho, profesión a la que en principio estaba destinado, en favor de las letras.

En 1819 se instaló en París, decidido a convertirse en escritor de éxito. Un año después compuso Cromwell, una obra en verso cuya mediocridad le valió el rechazo de los pocos que accedieron a leerla. Desistiendo de la poesía, Balzac se entregó por entero a la prosa, y en aquellos primeros años veinte, junto a otro escritor condiscípulo suyo, inició un negocio consistente en escribir folletines bajo varios seudónimos, o con la firma de autores consagrados. Fue lo que ahora llamaríamos hacer de negro. A esta época corresponden al menos nueve novelas de su pluma y acaso otras tantas que Honoré nunca quiso reconocer como suyas. Esta actividad, aunque no fue gloriosa, resultó muy lucrativa, y con el dinero que ganó, Honoré inició varios negocios editoriales y de imprenta, que resultaron sin excepción completos fracasos. Adquirió entonces el hábito de saldar sus deudas endeudándose aun más, una dinámica que le acompañó ya durante el resto de su existencia. En más de una ocasión le sacó de apuros su propia madre, y otras veces hubo de recurrir a Mme. de Berry, señora quince años mayor que él, con la que tuvo relaciones, o a Olympe Pélissier, que fue su pareja durante algún tiempo.

El éxito literario de Balzac llegó con la publicación de su novela Los Chuanes, basada en una obra de carácter histórico de sir Walter Scott. A partir de ahí, encontró su estilo literario definitivo, yendo de éxito en éxito con las sucesivas publicaciones de La piel de zapa (1831), Eugénie Grandet (1833), y Papá Goriot (1835). Estas dos últimas inauguraron el gran proyecto literario de Balzac, una serie de grandes novelas que retratan fielmente la sociedad francesa de su tiempo, y que tituló de forma genérica La Comedia Humana, en contraposición a la gran obra de Dante (La Divina Comedia). El éxito de estas novelas fue fabuloso, llegándose a vender decenas de miles de ejemplares, y traducíendose a otros idiomas por escritores de prestigio en sus respectivos países como Dostoyevski o Galdós. Balzac fue un escritor infatigable, capaz de escribir durante quince horas seguidas a la luz de candiles y consumiendo ingentes cantidades de café. Otros títulos exitosos fueron La muchacha de los ojos de oro (1835), La duquesa de Langeais (1836), La misa del ateo (1836), Las ilusiones perdidas (1837), Ursule Mirouët (1842), o La prima Bette (1846).

El gran amor de Balzac fue la condesa polaca Ewelina Hanska, también mayor que él, que se dio a conocer al escritor mediante una serie de cartas anónimas que le dirigió con la firma de L'Etrangére. Tras infinitas peripecias, lograron conocerse personalmente, y lo que para la condesa no había sido más que un capricho pasajero, para Balzac se convirtió en un amor apasionado. Tras el fallecimiento del marido, y después de un sinfín de obstáculos sociales y legales, Ewelina consintió por fin en el matrimonio, quizá porque presagiaba cercana la muerte del escritor, que efectivamente se produjo en 1850, pocos meses después de la boda. Balzac vivió 51 fecundos años, en los que desarrolló hasta extremos insospechados su pasión por la vida y por la literatura.

Biblioteca Bigotini pone al alcance de un clic (hacedlo sobre la cubierta) a sus fieles lectores, una formidable versión castellana de Eugenia Grandet, una de las más importantes novelas de Balzac, y la primera de las que forman parte de La Comedia Humana, su magna serie literaria que desgraciadamente hubo de quedar inconclusa. Deleitaos con la fluida prosa de Honoré de Balzac, un hombre apasionado.

El bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza, el elegante se viste. Honoré de Balzac.